XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA.

5 DE SEPTIEMBRE DEL 2021. Estamos en el mes de septiembre, y tal vez usted diga, estamos en el mes de las fiestas patrias, pues también, dentro de algunos días pero, en la Iglesia, el mes de septiembre es el mes de la Biblia, no solamente para que recordemos que tenemos unos libros sagrados, donde está contenida la historia de nuestra Salvación, donde está la Palabra de Dios, donde encontramos la verdad.

La Sagrada Escritura, cerrada, pues es un libro más… ¡ah! Pero la Sagrada Escritura, abierta frente a nuestros ojos, y nosotros leyendo esa Palabra Divina, con espíritu de fe, para escuchar al Señor que habla a nuestro corazón, esa Palabra tiene vida y, esa Palabra tal vez nos cuestione, nos comprometa, nos anime, nos fortalezca, nos ilumine en nuestro caminar.

Vale la pena que, en este mes, esa Sagrada Escritura que tienes en tu casita, la coloques en un lugar especial y te acerques a ella con reverencia y leas algo de la Palabra Divina, sobre todo el Evangelio.

Hoy, tal vez la Palabra de Dios nos hace pensar, el Apóstol Santiago, en su Carta, nos dice que no hagamos distinción de personas. No hagamos distinción de personas y, ¿por qué? Ah, porque todos somos Hijos de Dios y, la grandeza de todas las personas es por ser hijos de Dios y no se te debe de olvidad ni a ti ni a mí.

Yo me pregunto, como Obispo, ¿estoy tratando a mis hermanos de la misma forma? A mis hermanos sacerdotes, a los ancianitos, a los de edad mediana, a los que apenas inician su ministerio ¿hago diferencias entre ellos? Cuando atiendo a los fieles ¿los atiendo respetuosamente a uno, a otro y a otro, sea el que sea, llámese como se llame o a este le dedico más tiempo, más interés, porque ¡uf! Es de alta alcurnia y este otro, pobrecito, pues no?

Hoy, la Palabra de Dios me dice: no hagas distinción de personas. Trátalos a todos por igual, con el respeto que se merecen, porque delante de ti está un hijo de Dios y esa es su grandeza. Su grandeza no está porque anda vestido elegantemente, porque trae una corbata, un traje de fiesta, unas alhajas, porque es un servidor público. A ese servidor público atiéndelo, pero atiende igual a este humilde indígena que viene contigo para tratar algo de su situación personal, familiar o comunitaria.

Aprendamos todos nosotros a tratar a nuestros hermanos con el respeto que se merecen y, así, todos sentirán que son valorados.

Cuántas de nuestras gentes van creciendo y se sienten que no son valorados. En nuestra misma casa, hacemos distinciones a veces, entre los hijos, entre los hermanos. No se trata de la misma forma al que es hombre y al que es mujer. En casa no se trata igual. Al hombre le damos toda la libertad y decimos: “es que es hombre” y, a la mujer, la encerramos y le decimos: “aquí te quedas, tú no sales, porque eres mujer”.

¿Qué nos dirá el Apóstol Santiago? ¿qué nos dirá? ¿cómo nos va a cuestionar? Y si miramos nuestra realidad oaxaqueña, qué tristeza saber que no se trata igual a la mujer, porque seguimos pensando que la mujer es un ser de segundo grado, y Dios le dice que es de la misma naturaleza, de la misma dignidad que yo.

En casa, al hijo le damos herencia y a la hija le negamos herencia porque decimos: “pues ella se va a casar y allá que su viejo la atienda y la saque adelante” ¡Ah! Pero a este hijo, pues él va a tener responsabilidades y tiene que sacar adelante a su familia y, por eso, todo para él y para la hija, nada”.

¿No es eso hacer distinción de personas?

Y, a veces, en nuestra casita, los hijos no se sienten igual de tratados porque este es agradable y este no es tan agradable; este ha sido muy bueno y este ha sido desordenado; este es inteligente y, este, pues tiene poca capacidad y no le damos importancia. 

Después, no nos lamentemos, porque este hijo, al que no estamos valorando por igual, crezca y sea un desilusionado de la vida, porque nosotros no supimos darle el lugar que se merecía y el respeto que se merecía.

Aprendamos a tratarnos por igual, usted trate a las personas por igual, le caigan bien o no le caigan bien, tenga o no tenga… trátelas con respeto, con alegría, con interés de corazón.

Y, en el Evangelio, el Señor hace su obra, porque el profeta Isaías dijo que, ese Mesías, daría la vista a los ciegos, oír a los sordos y hablar a los mudos. Nuestro Señor hace algo muy interesante. A otros los había sanado y curado con su sola Palabra, sin tocarlos, simplemente decir: “Sana. Que se haga como tú lo crees, como tú lo quieres” y ya… aquí, el Señor, hay una petición: “imponle Tus Manos” porque habían visto que el Señor, cuando sanaba a veces a muchas gentes, que le llevaban tantos y tantos enfermitos, los tocaba y sanaban. Queremos que este hombre sane, tócalo, tócalo… y el Señor lo aparta de la multitud, no hace esa acción delante de todos, muy aparte y, allá, toca los oídos y la lengua con saliva y le dice: “ábrete, ábrete”

A usted y a mí, el día de nuestro Santo Bautismo, el ministro de Dios que administró ese Sacramento en persona de Cristo, porque nos dijo: “yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”… después de haber sido bautizados, el sacerdote tocó nuestros oídos y tocó con sus dedos nuestros labios para que esos oídos escucharan la Palabra de Dios y, esos labios, bendijeran a Dios.

¿Para qué estás utilizando tus oídos? ¿para escuchar a Dios que te habla? Y no solamente en Su Palabra, también te habla a través de un hermano, ¿has puesto interés para escuchar al otro? ¿para oír, tal vez, sus ilusiones y esperanzas? ¿para escucharle en sus sufrimientos? ¿lo has escuchado? ¿te ha interesado el hermano en su situación y has abierto tus oídos para que, eso que te transmita, entre en tu corazón, que se abra ese corazón y sea sensible para poder decir algo y hacer algo por el hermano?

A veces están tapados nuestros oídos, y no porque tengamos bastante cerilla, ¡no!, esos oídos oyen, pero no escuchan; oyen pero no escuchan… tenemos los oídos para oír pero ya tú y yo, como seres humanos, son para escuchar. Aprendamos a escuchar y utilicemos estos oídos para a escucha de la Palabra de Dios que tiene que resonar aquí, pero también para escuchar al hermano porque, Dios, a través de sus labios nos dice: esto es lo que estoy viviendo y esto es lo que necesito de ti, ayúdame.

Utiliza tus labios para dar una palabra de aliento, para dar un agradecimiento, para bendecir, para alabar las acciones de nuestros hermanos.

No las utilices para difamar, para criticar, para hacer tantas cosas que dañan. Para eso no, no te ha dado Dios la capacidad de hablar, para eso no.

Lleva ese anuncio del Evangelio, que pase a través de tus labios. Lleva esa Palabra que levante al caído, al desilusionado, lleva esa Palabra y, en esa relación con Dios, aprendamos a escuchar porque, a veces, no escuchamos a Dios. Hay que escucharlo.

Cuando le preguntaban al Señor que cuál era el primero de los mandamientos dijo: “escucha, Israel. Escucha… el primero es AMAR A DIOS y, el segundo AMAR AL PRÓJIMO, pero primero dijo: ESCUCHA”.

Hoy, nos dice el Señor, aprende a ESCUCHAR, aprende a escuchar en el silencio qué es lo que yo te digo, qué palabra te transmito para que, enseguida, la lleves a la vida o la compartas con tus hermanos esa Palabra Divina… ESCUCHA… ESCUCHA.

A veces no sabemos escuchar a Dios porque nos dedicamos a puro pedirle, a puro pedirle. Pues, no solamente pidamos, escucha primero. Escucha Israel.

Tengo grandes necesidades. Ve y siéntate ante la presencia de Dios y, en el silencio, escucha a Dios y, enseguida, le podrás hablar, le podrás decir tu vivencia, pero después de escucharlo, después de escucharlo y, tal vez, después de escucharlo ya no tengas nada qué decirle porque te sentirás fortalecido, animado y dirás: “Dios está conmigo, Dios me hace fuerte, Dios me anima. No le dije nada pero, Él, me dijo todo”. En el silencio de tu corazón.

Pues esto es lo que siento que la Palabra de Dios, hoy, nos dice.

Espero que utilicemos bien nuestros sentidos para escuchar y para hablar y siempre seamos respetuosos de toda persona y démosle el lugar que merecen. Toda persona tiene un lugar privilegiado frente a nosotros, toda persona, sea hombre, sea mujer, sea pobre, sea rico, sea preparado, no preparado, sea quien sea. Hay que darle ese lugar de privilegio porque lo tiene y nosotros debemos de ubicarnos.

Que Dios y Nuestra Madre María nos concedan esas Gracias que nosotros necesitamos, María intercediendo por nosotros para que aprendamos de Ella, la humilde Sierva del Señor, que siempre escuchaba a Dios y guardaba en su corazón lo que le pasaba en la vida.

Guarda en tu corazón para que ese corazón sea sensible y sepa escuchar a Dios y sepa responderle con generosidad.

Que así sea.

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