HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS,

ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA 15 DE AGOSTO DEL 2021. Manifiesto mi gratitud a Dios porque ha sido bueno conmigo. Mi gratitud a todos ustedes, hermanos, a quienes están aquí, en esta Iglesia Catedral, a quienes desde su casa nos acompañan a través de los medios, a mis hermanos sacerdotes, a todas las comunidades de nuestra Arquidiócesis que han estado elevando su plegaria a Dios en favor de mi persona, para que siga ejerciendo el Ministerio Episcopal con esa fuerza que viene de lo Alto.

Le doy gracias a Dios porque me permite de nuevo llegar hasta esta Iglesia Catedral y presidir la celebración.

Dios nos prueba a través de las enfermedades y son oportunidades de Gracia, de Santificación y de mirarnos en esa debilidad humana, en esa miseria nuestra y poder decirle a Dios que lo bendecimos y lo alabamos también en el dolor y en el sufrimiento.

Ojalá y todos nosotros, cuando seamos probados en la enfermedad, sepamos aprovechar muy bien ese momento que es de Gracia, que es Santificación y que es Bendición Divina, para que no reneguemos ni le reclamemos a Dios lo que nos está pasando, sino que le digamos, dame la fuerza que necesito para poder responder en este momento, en donde me llamas a ser el Evangelio del sufrimiento.

Hoy, nos alegramos porque celebramos una gran fiesta en honor a Nuestra Madre María. Hoy celebramos este dogma de fe que profesamos todos nosotros, los católicos, que creemos en María y la tenemos como la gran intercesora ante Su Hijo, Jesucristo.

Decimos que María está en el cielo, fue llevada al cielo en cuerpo y alma. Tiene ese cuerpo glorificado, como lo tendremos nosotros cuando resucitemos, tendremos ese cuerpo glorificado.

María ya tiene ese cuerpo glorificado, no conoció la corrupción del sepulcro, fue llevada al cielo y así esperamos que nosotros también un día seamos llevados al cielo, porque esa es nuestra meta final, llegar al cielo. El cielo es para nosotros. Ese lugar lo tiene Nuestro Señor, reservado. No te olvides que un día dijo: “en la Casa de Mi Padre hay muchas habitaciones y voy a prepararte un lugar y, cuando tenga preparado ese lugar, volveré y te llevaré conmigo.

Hay un lugar para ti en el cielo. Conquista ese cielo. 

¿Cómo se conquista el cielo?

Tú sabes cómo. Haciendo la voluntad de Dios, cumpliendo con sus mandatos, siendo una persona de bien, entregada a Dios en el servicio a sus hermanos. El cielo no se conquista haciendo maldades, en la vida de desorden, en la vida de pecado, en la vida de vicios, en la vida de maldad. El cielo no se conquista ahí. Ahí se pierde el cielo, se pierde el cielo porque dejas de hacer las cosas que agradan a Dios. Dejas de hacer las cosas que te hacen crecer en la virtud, que te llevan a la perfección, que te llevan a la vida de Gracia.

No permitamos que ese dragón de siete cabezas también a nosotros nos destruya. No permitamos que el tentador nos aparte de Dios. ¡No lo permitamos! Pero también no nos atengamos a nuestras fuerzas. Tú y yo no tenemos fuerzas para vencer al tentador, esta fuerza humana no es capaz de vencer la tentación. 

Pero la Fuerza Divina, sí y tú eres templo vivo del Espíritu Santo y en ti está esa fuerza del Espíritu. No te olvides que uno de los dones del Espíritu Santo es el don de fortaleza. Busca esa fuerza del espíritu para que puedas ser vencedor, para que salgas victorioso, para que no te venza el maligno, para que no pierdas el cielo, para que lo ganes.

Pero se necesita que no dejes de ser humilde. María es la mujer humilde. La humilde y sencilla de corazón, la Sierva del Señor. ¿Por qué Dios se la llevó en cuerpo y alma? Porque Dios la eligió para ser la Madre, porque era la mujer humilde. No era la mujer orgullosa, soberbia, creída, que se sentía poderosa… era la mujer que se sentía fuerte sólo en Dios. Era la mujer que estaba abierta a la Gracia, a la Gracia de Dios y para eso se necesita ser humilde.

A veces, este mundo tan especial nos impide ser humildes, porque creemos ser grandes, nos creemos grandes, nos creemos importantes, nos creemos que somos los únicos, que somos los que sabemos, que somos los que pueden, los únicos que pueden, que somos los capaces, que nadie es como nosotros. Nos llenamos de soberbia, de vanidad… ¿qué tienes tú que no hayas recibido de Dios? ¿qué tienes tú? Todo lo hemos recibido de Dios, ¿por qué te crees tan grande si no lo eres? El único grande es Dios, el único poderoso es Dios, el único que lo sabe todo es Dios. Tú y yo somos limitados, ni tenemos poder ni lo sabemos todo. 

¡Ah! Pero nos vence el orgullo y nos ponemos frente a los demás y nos comparamos con los demás y nosotros somos mejores que los demás. Qué triste es perder esa sencillez y esa humildad de corazón porque, entonces, habrá mucho desprecio de nuestra parte para las demás personas. Los vamos a despreciar porque no son de nuestro color, los vamos a despreciar porque no están preparados, porque son ignorantes. Los vamos a despreciar porque son pobres y no tienen con qué caerse muertos. Los vamos a despreciar porque ellos no saben lo que nosotros sabemos. 

Así, ¿cómo te puedes ganar el cielo? Así no se gana el cielo.

María, la mujer humilde, ¿qué podría decir?… soy la Madre de Dios… soy la Madre de Jesucristo… pasó en el silencio, pasó siempre en el silencio. Desde el anuncio del Arcángel hasta el pie de la cruz, en el silencio, en la humildad de corazón. Por eso está en el cielo, por eso es la primera redimida.

Jesucristo es el primer Resucitado y, María, la primera redimida y nosotros tendremos que estar en ese grupo de redimidos, en ese grupo del cielo pero hay que aprender a practicar la virtud y una gran virtud que debes de cultivar siempre es la humildad, para que puedas estar dispuesto a servir. 

“Yo soy la esclava del Señor, que se cumpla en mí lo que me has dicho”… soy la esclava. Somos los servidores de Dios y Dios nos dice que le sirvamos en nuestros hermanos. Estamos para servir.

Estamos para servir.

Estas frases las escuchamos con mucha frecuencia. La expreso yo, en el ejercicio de mi Ministerio. Lo suelo decir, estoy para servirles y, a veces, tengo que reconocer que esa frase no se hace vida en ciertos momentos, porque a lo mejor te digo: “no tengo tiempo”, “no puedo”, “estoy muy ocupado”… y presento excusas para no atenderte. 

Cuántos de nuestros hermanos son servidores en nuestra sociedad, fueron llamados a servir y no están sirviendo, no están sirviendo, o sólo le sirven a unos cuantos porque van a sacar ciertas ganancias, van a ganar algo y a los que no tienen nada, pues no les sirvo… y por qué no les sirvo, “pues porque tú no me vas a dar ninguna ganancia si te sirvo”.

Qué diferente sería la vida y nuestras sociedades si aprendiéramos a servir. Cada uno en su papel, en su vocación, en su estado de vida. Sería diferente. Estaríamos mejor. Viviríamos más en paz, habría más justicia, nos tenderíamos la mano y saldríamos adelante juntos, pero como no somos servidores y sabemos que alguien nos necesita, solemos decir: “que se las arregle como pueda, yo no tengo nada qué ver en su asunto” pudiendo hacer algo no lo quiero hacer porque me falta esa humildad y sencillez de corazón para hacer algo en favor de mi hermano. Esperando sólo la recompensa que viene de Dios, no espero ninguna recompensa humano, pero como a veces sólo esperamos recompensas humanas, alabanzas humanas, si va a venir una recompensa, si va a venir una alabanza que me haga sentir que soy más grande, te voy a servir, pero si no, no hago nada por ti.

La recompensa sólo hay que buscarla que venga del cielo, que venga de Dios y, para eso, hay que quedarnos en el silencio, sirviendo, sin esperar nada a cambio aquí, entre nosotros, sino más bien que Dios sea glorificado.

Encomendémonos a Nuestra Madre, la Asunta al Cielo, la que fue llevada en cuerpo y alma, la Madre de Dios, encomendémonos a Ella para que nos ayude a crecer en esa santidad de vida y, principalmente, en el ejercicio de la humildad para que, así, podamos dar Gloria a Dios y que el mismo Dios sea Glorificado.

Cumplamos responsablemente con lo que tenemos que hacer cada uno de nosotros, según el servicio que prestemos y hagámoslo siempre para agradar a Dios y para bien de nuestros hermanos.

Que María, Nuestra Madre, nos siga acompañando y animando en este caminar nuestro hacia la Casa del Padre.

Que así sea.

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