HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS,
ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA 25 DE JULIO DEL 2021. Agradecido con Nuestro Señor, creo que ustedes y yo, porque podemos estar en esta Iglesia Catedral de nuevo, este domingo.
El domingo pasado, muchos de ustedes sí estuvieron aquí, celebrando la Eucaristía. Yo estuve en la Basílica de Nuestra Señora de la Soledad, celebrando la misa porque fue 18 y todos los 18 de cada mes visitamos la Basílica de Nuestra Señora de la Soledad.
Quiero dar gracias a Dios, también, porque en estos días, el viernes y el sábado, me pude encontrar con mis hermanos que viven muy lejos de esta ciudad de Oaxaca y que son parte de nuestra Iglesia Arquidiocesana. Con personas humildes, sencillas, pobres pero de grande piedad, de profunda religiosidad, de profundo amor a Dios. Y le doy gracias a Dios por ello, porque en esos encuentros, yo me fortalezco, yo me animo, yo me lleno de esperanza, me encuentro con mis hermanos sacerdotes, puedo agradecerles su trabajo, puedo animarlos en su entrega, en su fidelidad a Dios, puedo decirles que no están solos, que su Obispo los sigue encomendando a Dios y puedo motivar a las comunidades para que vivan su fe, para que respondan generosamente a Dios.
Le doy gracias a Dios por ello.
Se viene un tiempo, creo, difícil. De nuevo, de nuevo probablemente tengamos que encerrarnos en nuestra casa. Parece ser que las celebraciones presenciales se van a detener por otro momento, ante esta situación que estamos viviendo, de crecimiento de contagios porque dejamos de hacer muchas cosas, porque algunos se descuidaron de más, porque no pusimos atención, porque seguimos a veces sin creer lo que está pasando y nos da lo mismo cuidarnos que no cuidarnos.
Por tantas cosas que han pasado, parece que vamos para atrás.
A partir de mañana, según eso, nuestro semáforo está en naranja y cuando estamos en ese famoso semáforo naranja, hay que quitar muchas cosas, hay que no hacer cosas que no son esenciales y, entre tantas cosas que dicen que no son esenciales pero, para mí sí son esenciales, porque si alguien me dice que no es esencial buscar la fuerza de Dios, encontrarnos con Él, tener momentos de oración, porque es el único que nos puede sacar adelante, pero dicen que esto no es esencial y que es muy peligroso porque estamos dentro de lugares cerrados y que, según ellos, a pesar de que hemos tenido grandes cuidados, y ustedes son testigos de eso, a pesar de todo ello, nos dicen que no estamos haciendo las cosas bien y que este puede ser un centro de contagio y que, por eso, tenemos que volver para atrás.
Mi pensamiento es que esto es esencial, orar, celebrar la Eucaristía, encontrarnos como familia, como hermanos, y muy en especial el día domingo, con los cuidados debidos, pienso que es esencial, pero nos dicen que no y que todas las actividades religiosas deben de evitarse.
Pues vamos a ver qué pasa, vamos a ver qué pasa.
Por hoy, vamos alimentándonos de esta Palabra Divina.
El profeta le dijo a aquel hombre: “dales, distribuye ese pan, ese pan que tenemos, distribúyelo y dalo a esos cien hombres”. – no ajusta, son muchos hombres para tan poquito pan- “dales el pan. Dales el pan a todos”. Y lo distribuyó.
El Señor Jesús, hoy en este texto del Evangelio, nos dice que con esos cinco panes alimenta a miles de gentes. La iniciativa la toma el Señor. No la toman los apóstoles, no la toma la gente. La toma Nuestro Señor.
¿Cómo vamos a dar pan a toda esa multitud que viene, que viene a escucharnos, que viene a encontrarse con nosotros, que viene movida por los prodigios, por los milagros, por los favores, por las curaciones, que viene atraída por el Señor? ¿Cómo los vamos a alimentar? Y, Nuestro Señor, es el que toma la iniciativa. “Hay que darles ese alimento” ¡Uy, no nos ajustan los denarios, 200 denarios! Yo creo que era mucho dinero para pensar en comprar 200 denarios de pan y decía el apóstol Felipe: “eso no ajusta, ni 200 denarios” Pero aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada, panes muy sencillos, muy humildes, panes de pobres, de gente pobre y trae 2 pescados.
Pues hay que organizarnos y Nuestro Señor toma esos panes y esos pescados y les da a sus apóstoles para que los distribuyan. El Señor alimenta. El Señor sacia el hambre.
¿Usted de qué tiene hambre? ¿de qué tiene hambre? Y no me refiero a la comida, no me refiero a qué es lo que le gusta a usted comer. No, yo no me refiero a eso. En otros momentos sí platico de eso, ahorita no. ¿Usted, de qué tiene hambre? Porque hay alguien que puede saciar esa hambre y, ese alguien se llama Nuestro Señor Jesucristo. Él le puede saciar su hambre.
Él tomó la iniciativa para darles de comer a aquella multitud. Nuestro Señor también toma la iniciativa con nosotros. Pero, qué te parece si tú le dices a Nuestro Señor: sáciame el hambre que tengo de sentirme valorado como persona, de sentir que valgo ante tus ojos y ante los ojos de los demás.
A veces pienso que no cuento, que nadie se interesa por mí, que nadie pone su mirada en mí y eso me entristece, eso me desilusiona. Sacia, sacia esto. Ayúdame para que yo me valore, para que sea el primero en valorarme como persona, porque si estoy esperando esos signos de que me valoren los demás, a lo mejor voy a seguir sintiendo que no me valoran, que no me toman en cuenta, que no se fijan en mí.
Que mi padre no me mira, que mi madre no me toma en cuenta, que mis hermanos me desprecian, que en el trabajo como que les estorbo y andamos desilusionados.
Señor, que todo esto que está en mi entorno no me haga sentir que yo no valgo nada, porque yo sé que ante tus ojos valgo, y valgo mucho, tanto que soy tu hijo y que me amas y que me valoras y que me bendices y que tienes misericordia de mí y que manifiestas Tu providencia y que me llenas de Tu fuerza y de Tu Gracia y que me proteges en mi caminar.
Haces mucho por mí, tanto has hecho por mí que diste la vida por mí, la diste por mí y, a veces, he pensado que no valgo ante tus ojos. Tanto valgo que diste la vida por mí.
Creo que a veces necesitamos ir al encuentro del que sacia nuestra hambre, nuestra sed, el que puede llenar nuestros sentimientos y nuestro corazón, para que no busquemos en otra parte, en otros sitios, en otras cosas lo que sólo podemos encontrar en Dios… sólo en Dios.
Yo quiero que usted tenga unos grandes sentimientos, sentimientos muy humanos y sentimientos muy cristianos. La Palabra Divina lo tiene que ir alimentando. Saboree la Palabra Divina, vuelva a leer este texto del Evangelio.
Descubra que Nuestro Señor es el Pan de la Vida, como nos lo va a estar diciendo durante los siguientes cuatro domingos que vamos a celebrar. Se nos va a presentar como el Pan de la Vida.
Ahorita estamos alimentándonos con el Pan de la Palabra, el Pan de la Palabra, pero no de cualquier palabra, de la Palabra Divina, de la Palabra de Dios, de la que es verdad.
Deje que esa Palabra Divina siempre esté en su corazón. Usted tiene que pensar cómo piensa Nuestro Señor. Aprenda eso. Que su pensamiento sea siempre así, qué piensa Nuestro Señor en este acontecimiento que estoy viviendo. Qué piensa Nuestro Señor en esta relación con mis compañeros de trabajo, con mis amistades, con mi familia… qué piensa Nuestro Señor. Qué espera de mí Nuestro Señor. Qué espera de mí… no qué es lo que esperamos que hagan los demás en favor de nosotros.
Tenemos qué pensar qué espera el Señor que haga yo en favor de los demás. Él, al mirar a aquella multitud pensó en saciar su hambre, saciar su hambre y les dio el Pan. El Señor piensa en usted y quiere saciarlo. Pues deje que el Señor haga Su obra en usted, pero ábrase, abra su corazón, mueva su voluntad, permanezca un momentito, vaya en busca del Señor. Búsquelo y lo va a encontrar. Él se deja encontrar.
El Pan de la Palabra es sumamente importante para que ilumine nuestra vida.
El Pan de la Eucaristía, pues usted ya sabe: “El que come mi carne y bebe mi sangre tendrá vida, vida eterna”. Y nos lo dirá Dios en estos siguientes domingos, preparémonos para escucharlo, para estar atentos a Su mensaje, para reafirmar lo que nosotros creemos de Su Presencia Eucarística, de ese Pan de la Vida que es Nuestro Señor y que está escondido en esa Hostia Consagrada que el sacerdote pone en nuestras manos y nosotros llevamos a nuestra boca para alimentarnos del Pan de la Vida.
Pues que el Señor toque sus corazones, mueva sus voluntades y los ayude porque estamos viviendo momentos muy duros y muy difíciles, que nos hacen pensar, que nos llenan ahora otra vez de temor… qué va a pasar, y qué va a pasar conmigo, y qué va a pasar con mis seres queridos, y qué va a pasar en mi ciudad, y qué va a pasar en esta nación y en este mundo.
Pues hay que ponernos en las manos de Dios. Ahí es donde nosotros nos podemos hacer fuertes. Ahí es donde nosotros nos vamos a llenar de esperanza. En Nuestro Señor.
Hay muchas dudas, hay muchos temores, hay muchas angustias. Descarguémoslas en Nuestro Señor. Hay que decirle: “Señor, así me siento. Así me siento, con estos temores, con estos miedos y necesito que me hagas sentir Tu fuerza, Tu protección, Tu auxilio” Y, Dios, hará Su obra y nos bendecirá y nos llevará hacia adelante.
Pues que esta Palabra Divina, que este alimento que nos da Nuestro Señor nos fortalezca y que Nuestra Madre María, que siempre nos va acompañando, también interceda porque necesitamos de la intercesión de Nuestra Madre.
A Nuestra Señora de la Soledad le pedimos que interceda por nosotros y por nuestro pueblo.
No hemos podido vivir la fiesta como queríamos y eso pues a mí me causa dolor y tristeza pero, pues, tenemos que cuidarnos, debemos cuidarnos.
Pero Ella está ahí, para bendecir a nuestro pueblo oaxaqueño, como siempre.
Pongámonos bajo Su intercesión. Pongámonos bajo Su Manto y sintamos la seguridad de que Nuestra Madre nos cuida y nos protege y nos alcanza de Su Hijo Jesucristo las Gracias que necesitamos.
Sigamos viviendo con ánimo, siempre fortalecidos con Nuestro Señor.
Amén.