HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, 

ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA 4 DE JULIO DEL 2021. Hay algunos aspectos de la Palabra de Dios que a mí me hacen pensar y quiero compartir, desde mi corazón, lo que yo siento y lo que yo pienso. 

Vivimos también en un tiempo difícil. Las personas mayores expresan que se ha ido perdiendo la fe. Así lo dicen nuestros abuelitos, se ha perdido la fe, se ha perdido el respeto a Dios. Por eso hay tanto desorden en el mundo. Así, así lo expresan nuestros mayores.

Los padres de familia, que de una forma y de otra motivan a sus hijos para que se interesen por las cosas de Dios, para que participen de las acciones litúrgicas, se encuentran con una dificultad y lo expresan diciendo: “mis hijos no quieren. No quieren acercarse a Dios. Dicen que no lo necesitan. No quieren creer. Y, por más que yo les he enseñado y por más que yo les he motivado no logro convencerlos y yo trato de responderle a Dios, de darles un buen ejemplo y no solamente transmitirles la fe de palabra sino con hechos concretos y eso no llega al corazón, no conmueve” – y lo expresan los padres de familia con mucho dolor, con mucha tristeza – “no sé qué va a hacer de mi hijo si sigue así. No sé qué va a pasar. No sé cómo va a vivir. No sé cómo se va a enfrentar a la vida con esa incredulidad, con ese alejamiento de Dios. No sé”. 

Y, en diferentes ambientes de nuestra sociedad, se hace a un lado a Dios. De Dios no se quiere hablar. De Dios no se quiera saber nada. Expresan que eso es fanatismo, que Dios no existe… qué difícil está siendo.

Nuestro Señor Jesucristo, en este fragmento del Evangelio que acabamos de proclamar, nos expresa cómo le fue a Él cuando regresó a su tierra… cómo le fue. Encontró incredulidad, no aceptaban su mensaje. No creían en Él.  ¿De dónde tanta sabiduría y tanto poder?

Y, es que, la gente de su tierra lo conoció muy bien. Según la tradición, Nuestro Señor vivió 30 años en su hogar, en el silencio, sin manifestar absolutamente nada. Una vida ordinaria, una vida común, trabajando, al grado de decir: “¿qué no es el carpintero? ¿el hijo de María y de estos hermanos parientes?” y se negaban a creer en Él… y la expresión de Nuestro Señor: “Nadie es profeta en su tierra ni en su casa”. Y hay una expresión que a mí me llama la atención, dice: “y no pudo hacer allí… no pudo hacer allí ningún milagro… ningún milagro. No pudo hacer, no pudo hacer.

Entendamos esa expresión. ¿De verdad no pudo hacer milagros así como lo entendemos a veces, así de rápido? Si reflexionamos cómo se realizaban los milagros, y no vayamos tan lejos, el domingo pasado, el Evangelio de qué nos hablaba… de una mujer que tenía 12 años enferma y que dijo: “con sólo tocar su manto, me curaré” y encontró la salud… “tu fe te ha sanado”… aquel jefe de la Sinagoga, Jairo: “ven, porque mi hija está muy delicada de salud” y el Señor se encaminó a su casa… “¡ya no molestes al Maestro, tu hija ya murió. Ya no lo molestes!” – “Está dormida, está dormida”. La volvió a la vida: “Talita cumi” “óyeme, niña, levántate”… aquella mujer creyó y Jairo creyó y hubo milagros. 

La gente de su tierra, de Nazareth, no creía y, por eso, no hubo milagros, no hubo milagros, porque faltaba la fe. Sólo curó, dice, a algunas personas, de diferentes males, sólo curó… dolor de cabeza, dolor de estómago, dolor de piernas, de rodillas… de esos dolores muy comunes, pero no milagros y no aparecieron allí los milagros no porque el Señor no haya querido, sino porque su gente, su pueblo, no creía, no creía y, aquí, de nuevo, entramos en ese campo de nuestra fe.

Si usted está sentado aquí, en esta Iglesia Catedral, viviendo esta Eucaristía, es porque tiene fe. Su fe lo ha traído aquí. Y, aquí, usted puede alcanzar milagros de parte del Señor. Puede alcanzar milagros, puede alcanzar favores, puede alcanzar curaciones, por su fe… por su fe.

Y aquí quiero decirle, crezca en su fe, crezca en su fe porque, a veces, pasan ciertas cosas y decimos: “ya no tengo fe. Yo ya no creo. Yo ya no creo. Le he pedido tanto a Nuestro Señor que me dé esto, que me dé aquello y no consigo nada… yo ya no creo”… Uh, pues qué pobreza de fe, qué pobreza de fe. Qué perseverancia tiene usted. ¡No!… persevere, persevere, siga creciendo en la fe. Siga dejando en Dios lo que a usted le preocupa y, Dios, un día se lo concederá. “No me alivio. No esto. No aquello… yo ya no creo”. Y, lo más delicado, lo más delicado es cuando usted pone su fe en mi forma de vivir, como sacerdote, como Obispo… A veces, por detalles que nosotros tenemos en esta humanidad, porque estamos envueltos en humanidad, somos tan pecadores y miserables como cualquiera y si hacemos algo, algo que no debemos hacer y luego dicen: “yo ya no creo”… ¿en dónde estaba puesta su fe? ¿en el sacerdote? Pues qué mal, qué mal. La fe no la debe poner en nosotros, la fe debe estar en Dios, sólo en Dios. Él es el que no falla. Él es el Todopoderoso. Él es el que le va a conceder.

Es el pan de cada día escuchar, en nuestras comunidades, porque les pedimos ciertas cosas: “tenemos que hacer esto, tenemos que hacer aquello para poder administrarles estos sacramentos” y luego nos responden: “con esas exigencias, por eso nos cambiamos de religión” Pues cómo está su fe, oiga… ¿cómo está su fe?… por tan pequeñas cosas expresa: “me voy a cambiar de religión”… usted cámbiese, yo no me voy a poner a llorar. Aquí van a estar los que quieran estar, los que quieran tener esta fe. Si usted ya no quiere, pues es totalmente libre, libre, pero no me culpe a mí de su pérdida de fe, porque la fe debe ponerla en Dios, siempre en Dios y sólo en Dios. En nadie más. Su papá le va a fallar, su mamá le va a fallar, su catequista, su sacerdote, su maestro… tantas y tantas personas, en ciertos momentos le van a fallar, ¡le van a fallar! Y si su fe usted la tiene puesta en estas personas, pues se le va a derrumbar, se le va a venir abajo. La fe en Dios, por favor… ¡la fe en Dios! ¡sólo en Él! Y ahí será firme, ¡firme! Porque Dios no falla… no falla.

Nos probará, nos probará… en nuestra perseverancia, en nuestra oración, pero estará ahí, para fortalecernos, para iluminarnos, para levantarnos de nuestras caídas, para animarnos en nuestra vida… tenga fe, tenga fe y alcanzará de parte de Dios lo que usted tanto busca, pero insista y no desmaye y, junto con otros, elevemos plegarias, elevemos oración, busquemos la Gracia, busquemos los favores, las bendiciones, los milagros, busquémoslos junto con otros, porque lo necesitamos. 

Ya para terminar, Nuestro Señor estaba admirado de la incredulidad de su gente. Le quiero hacer una pregunta, ¿Nuestro Señor estará admirado de su fe o de los momentos de incredulidad? ¿de qué está admirado Nuestro Señor al verlo a usted? ¿de qué? ¿de su gran fe? Bendito Dios… ¿de sus dudas, de sus dudas de fe estará admirado Nuestro Señor? ¡Que ya no se admire de sus dudas de fe! Que se admire de su grande fe, de su grande fe… y que usted pueda decir: “creo, Señor, pero dama la fe que me falta”.

Tenemos que ayudarnos, tenemos que animarnos. Usted tendrá que ser un medio para motivar a tanta y tanta gente que ha desmayado en su camino, que se han desilusionado, sus compañeros de trabajo, sus familiares, tantas personas que tal vez le expresan su desilusión, su desencanto… una palabrita, un mensajito de esperanza, dele ánimo… por lo menos dígale: “voy a ponerte en las manos de Dios porque eso es lo que yo creo, que Dios es el que nos ayuda y Dios te va a ayudar y yo te voy a poner en las manos de Dios” Y tal vez se encuentre enseguida a esa persona y le diga: “Gracias, porque desde el día que me dijiste que me ibas a poner en las manos de Dios, yo me he sentido mejor, me he sentido mejor”… ¡ah! Pues síguete poniendo en las manos de Dios en lo personal…

Podemos hacer tanto bien con unas palabritas, con un abrir nuestro corazón e interesarnos por nuestros hermanos, sobre todo los que están desencantados de la vida. Nos mortifica a veces que los jovencitos se quiten la vida, nos angustia eso, nos preocupa… pues hagamos algo por ellos, sembremos en su corazón el amor a la vida. Hagámosles sentir que son amados, que valen y que son protegidos por Dios. Alguien tiene qué hablar a ese corazón ¡alguien! Y ese alguien es usted… es usted.

Pues que Dios nos ayude a seguir haciendo tantas cosas, movidos siempre por la fe y por ese amor a Dios y por ese interés que debemos tener por nuestros hermanos.

Que María, Nuestra Madre, nos siga acompañando también, como acompañó a Su Hijo, Jesucristo, no solamente en esa vida de familia, en ese hogar de Nazaret, también lo acompañó en sus momentos de peregrinar en el anuncio del Evangelio y lo acompañó hasta la cruz, hasta la cruz, donde el Señor nos las dejó como Madre.

Que Ella interceda por nosotros y nos ayude a crecer en la fe y en el amor a Dios.

Que así sea.

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