HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

18 DE ABRIL DEL 2021. Escuchar la Palabra Divina, siempre será una bendición y por eso ese signo de, al concluir la lectura del Evangelio, el Obispo bendice con el Evangeliario, porque hemos escuchado ese mensaje divino y es bendición para nosotros y no solamente lo estamos escuchando los que estamos aquí sino también los que nos acompañan desde su hogar, desde esas pequeñitas iglesias domésticas que son las familias, que en este momento, por las circunstancias que vivimos, se reúnen como familia a la escucha de la palabra de Dios y participan con devoción y piedad desde su hogar en las celebraciones.

Por supuesto que no es lo mismo, no es lo mismo estar aquí, de forma presencial, a estar en la casa frente a un aparatito pero, en este momento así lo seguimos haciendo.

Espero que el saludo del Señor haya llegado a su corazón: la paz esté con ustedes. Así saludó el Resucitado a sus apóstoles, a sus discípulos: la paz… la paz esté con ustedes.

A veces, solemos pensar que no tenemos paz, pero estamos analizando el exterior, no el interior nuestro. Decimos que en nuestros pueblos no hay paz, que hay luchas internas, que hay divisiones, que hay pleitos, que hay enemistades, que hay persecuciones, que hay asesinatos y decimos: en mi pueblo no hay paz, en mi pueblo no hay paz.

Pero yo quisiera que nos preguntáramos ¿y somos capaces de mirar hacia adentro, hacia nuestro interior? Porque es muy fácil mirar al exterior y decir que en esa familia que tenemos enfrente se la viven peleando todos los días; que mis hijos, que están casados, viven peleándose los esposos y viven peleándose con los hijos. Oiga, ¿pero usted no se ha sentado a hacer un análisis en su interior? Aquí, en su interior ¿usted puede decir frente a Dios, sin engañarse: en mí hay paz, tengo paz?

Y si somos sinceros, tal vez tengamos que decir: hay algunos aspectos de mi vida que me están diciendo que eso no es paz, que yo no puedo estar tan tranquilo y tan en paz porque, esto que he hecho, me ha causado daño. Aquí sigo teniendo a veces, en mi corazón, envidias ¿cómo puede un envidioso tener la paz? ¿Cómo puede tener paz si vive envidiando? ¿Cómo puede tener paz el que sigue recordando que un día lo ofendieron y no ha sido capaz, con la Gracia de Dios, de perdonar de corazón? ¿Cómo puede decir que, aquí adentro, hay paz?

Hay muchos aspectos que tal vez nos cuestionen y que el saludo del Resucitado, “la paz esté con ustedes”, así nos saludó el Resucitado a todos nosotros en este día, porque no podemos leer la palabra de Dios y pensando: le saludó a los apóstoles, saludó a aquellos discípulos que regresaron de Emaús y eso quedó escrito y no hagamos nuestra la Palabra de Dios, y no la actualicemos. La palabra de Dios es dirigida hoy, a ti y a mí y el Señor nos dice: “la paz esté con ustedes” y a lo mejor vamos a tener que decirle a Nuestro Señor: regálame esa paz, regálame esa paz para que yo pueda ser muy feliz teniendo esa paz que Tú dices que debo tener. Regálamela.

El texto del Evangelio nos dice que el Resucitado va al encuentro de sus apóstoles y discípulos, va al encuentro de ellos. Ellos se llenan de alegría y se llenan de temor. Tal vez ellos dicen: “esto no puede ser verdad, ¿cómo puede ser verdad esto, que estemos viendo al Resucitado? Y el Resucitado, que conoce los sentimientos y el corazón de sus discípulos les dice que lo miren, que lo miren… y los discípulos tienen que mirar al Señor y aquí quisiera decirle a usted, sea capaz de mirar al Resucitado. Mírelo. Mírelo a través de la fe. Mírelo en Su presencia cercana. Cercana. Mírelo en su casa, ¡por favor, mírelo en su casa al Resucitado! para que disfrute y goce su presencia.

“Yo estaré con ustedes todos los días”.

Mírelo en el rostro de tantas y tantas personas con las cuales usted se encuentra-Cuando aprendamos a mirar al Resucitado en el rostro del hermano no le vamos a causar daño, no vamos a levantar la mano contra él. No vamos a abrir los labios para pronunciar ofensas, para herir, porque a quien estoy hiriendo y ofendiendo es al Resucitado que está presente en mi hermano.

¡Mírelo!, descubra y sienta Su presencia.

Nos hace falta eso, porque a veces solamente decimos: “no, es el fulano de tal. No, ese señor me cae gordo, me cae mal o esa mujer me cae mal ¿y su vivencia de fe? Y su esencia de cristiano y su amor ¿donde quedo? Usted dice que ama mucho a Dios y ¿por qué tanto desprecio y porque no es capaz de mirar el rostro del Resucitado para que lo mire con amor, con misericordia como lo mira a usted el Resucitado.

Nos dice, que el Señor Resucitado les dijo: “tóquenme, vean, toquen, aquí están mis manos y aquí están mis pies. Aquí están los signos del Crucificado, del que dio la vida para salvar a todos. Aquí están estos signos. Soy el que fue Crucificado, el que murió, pero ahora estoy vivo. He resucitado”.

En nuestro caminar, nos encontramos con tantas personas que necesitan de una caricia nuestra, de una caricia nuestra. Que esa contemplación nos lleve a acariciar. Ahí hay heridas. En nuestros hermanos hay heridas que tú y yo tenemos que sanar. Hay muchos corazones heridos por el sufrimiento y por el dolor, por el desprecio, porque no se sienten valorados.

En nuestra tierra de Oaxaca hay muchos hermanos nuestros, ahí donde están mis hermanos sacerdotes, en esos pueblos originarios. Personas heridas que no se sienten valoradas porque son indígenas.

Aquí mi hermano es indígena, zapoteco, zapoteco de la Sierra, orgullosamente de la Sierra Norte y Sierra Sur, dos hermanos indígenas sacerdotes. Aquí los tengo. Zapoteco del Valle, el padre Hilario, Benito, zapoteco del Valle también, ah, pues qué gusto… zapoteco del valle. Zapoteco del Valle. 

Miren. Mis sacerdotes, zapotecos. ¡Qué hermoso! Y ellos están en medio de esos pueblos donde hay sufrimiento y hay heridas porque nosotros a veces nos sentimos privilegiados y sentimos que somos más grandes que esos hermanos nuestros cuando nos rebasan en grandeza porque en ellos hay humildad, sencillez, espíritu de oración, de confianza en Dios, de gran fe, de profunda religiosidad. ¡Nos rebasan!

¡Ah!, pero es que nosotros nos creemos más grandes. Ahí están las heridas de Nuestro Señor que tenemos que contemplar. Si yo les digo: miren al Resucitado en su prójimo, ¡ah! miren al Crucificado, al que tiene heridas, mírenlo ahí también en su prójimo y seamos capaces de compartir. Los apóstoles compartieron ante la petición del señor: ¿tienen algo de comer?… el trozo de pescado asado.

También tú tienes que compartir. A veces no tendrás recursos para compartir, pero puedes compartir tu tiempo, puedes compartir un momentito visitando aquí a este ancianito que siempre está solo, ¿por qué no la llevas una palabra de aliento, por qué no vas y lo contemplas, lo miras y le preguntas cómo está, cómo se siente? Y se va a sentir fortalecido, amado, porque tú te preocupas por él, porque tú piensas en él. Ojalá y podamos hacer eso.

Hoy hemos venido a este Santuario para decirle a Nuestra Señora de la Soledad: míranos, míranos Madre Nuestra. Míranos cómo estamos, cómo vivimos. Mira todo lo que nos pasa. Míranos así, con este cubrebocas, porque seguimos teniendo ese temor de ser contagiados. Míranos porque estamos aquí para pedir tu intercesión. Necesitamos que intercedas por todos nosotros. Que intercedas por nuestros hermanos oaxaqueños, que intercedas.

Ante tu Hijo Jesucristo, ante el Resucitado, al que tuviste en tus brazos el día que nació, el día que murió.

Ahora queremos que tú nos tengas en tus brazos, en tus brazos maternales porque, ahí, estaremos muy amados. En el Amor de Madre, de Nuestra Madre porque así lo dijo tu hijo Jesucristo en la cruz: Mujer, ahí tienes a Tu Hijo y ese hijo somos cada uno de nosotros. Necesitamos que nos mires con la compasión de una Madre, con la ternura de una Madre. Así míranos.

Y ayúdanos, para seguir peregrinando, para seguir siendo unos verdaderos hijos de Dios, unos grandes discípulos de Tu Hijo Jesucristo, para que podamos testimoniar con nuestra vida que somos creyentes y que cuando vean lo que nosotros hacemos concluyan que lo hacemos porque tenemos fe, porque creemos en Tu Hijo Jesucristo y porque somos capaces, con la Gracia Divina, de vivir el Evangelio. 

Alcánzanos, Madre Nuestra, las Gracias que nosotros necesitamos. Dejamos en tus manos tantos y tantos hermanos enfermitos que sufren diferentes enfermedades, ponemos en tus manos a todas esas personas que con el dolor están unidas a la pasión redentora de Nuestro Señor. Alcánzales las Gracias para que no renieguen de su enfermedad y puedan encontrar una lucecita de que su enfermedad los está purificando, santificando y alcanzando Gracia en favor de la Iglesia.

Concede esa Gracia que necesitan los familiares cercanos de los enfermitos para que practiquen la caridad y para que descubran que en el rostro del enfermito que tienen en casa está el rostro de Nuestro Señor sufriente y que sean capaces de tocar la carne de Tu Hijo Jesucristo en la persona de su enfermo, la carne del que sufre.

Alcánzanos esas Gracias porque las necesitamos todos.

Te pido que bendigas a mis sacerdotes. Somos tus hijos, somos tus hijos, Madre, porque participamos del Sacerdocio Ministerial de Tu Hijo Jesucristo. Bendice la labor de todos mis sacerdotes y alcánzanos misericordia y perdón porque, a veces, no hemos sabido vivir nuestro ministerio como tu hijo Jesucristo lo quiere.

Nos han vencido nuestras debilidades y fragilidades. A lo mejor hasta en ciertos momentos hemos sido un escándalo. Perdónanos y bendice nuestra tierra de Oaxaca para que broten más y más las vocaciones a la vida sacerdotal, a la vida religiosa, a la vida matrimonial.

Bendícenos a todos. Bendice a mis hermanos que están aquí de forma presencial. Bendice a los que desde su casa nos acompañan. Bendícenos, Madre.

Hemos venido a contemplarte y vemos tu rostro lleno de ternura, pero también de dolor.

Hemos escuchado a Tu Hijo Jesucristo que nos saluda y nos dice: la paz, la paz esté con ustedes. Llénanos de esa paz, de esa paz de hijos de Dios. Alcanzando esas gracias podremos irlo logrando.

Gracias Madre, por bendecir siempre a tus hijos oaxaqueños desde este lugar. Gracias, María, Señora de la Soledad al pie de la cruz, por no olvidarte de nosotros los oaxaqueños. Muchas gracias, María y trataremos de ser, cada día, mejores discípulos de Tu Hijo Jesucristo.

Que así sea.

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