HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS,

ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA 30 DE MARZO DEL 2021. Esta Palabra Divina que acabamos de escuchar, no es desconocida para ninguno de nosotros y mucho menos es desconocida para su Obispo que, cuando ustedes organizan en sus comunidades la administración del sacramento de confirmación, suelen elegir estos textos, la primera lectura y el Evangelio, y junto con el pueblo solemos meditar.

Creo que hoy, en este momento de la misa Crismal, démosle gracias a Dios porque nos ha ungido, a nosotros sacerdotes, estamos ungidos y tenemos que llevar esa buena nueva y tenemos que liberar, y tenemos que consolar a nuestros hermanos en la fe.

Debemos de vivir en plenitud nuestro ministerio sacerdotal.

Agradezco la presencia de ustedes, vicarios episcopales, decanos y todos mis hermanos que participan a través de los medios de comunicación.

Hoy, de manera visible, se manifiesta este signo de comunión, del presbiterio con su Obispo, y aquí quiero decirles, necesitamos vivir intensamente la comunión, no nos olvidemos de lo que dice Nuestro Señor, permanezcan unidos, para que el mundo crea.

Como presbíteros, tenemos que vivir unidos. Su Obispo necesita vivir la Comunión con sus sacerdotes, y creo que ustedes necesitan sentirse en comunión con su Obispo.

Lo necesitamos y tenemos que trabajar en ello.

Sólo así vamos a vivir en paz, felices, caminando y ejerciendo el Ministerio con gratitud a Dios y con entrega generosa.

Al estar aquí, desde el Seminario Pontificio de la Santa Cruz de Oaxaca, que es el corazón de nuestra Arquidiócesis, en esta celebración de la Misa Crismal, tengo presentes a cada uno de mis sacerdotes, a ustedes que están aquí y a los que participan en sus parroquias, a través de los medios, así como también a los sacerdotes enfermos que pronto puedan estar bien y a los que se nos han adelantando a la casa eterna de Dios Padre, los encomendamos a Dios.

A mis hermanos de la vida consagrada y a nuestros amados pueblos oaxaqueños, reciban todos mi saludo y agradecimiento.

Estamos unidos en torno a Cristo, cabeza y pastor de la Iglesia, dispuestos a ser ofrenda agradable a Dios. Ojalá y sintamos que nos estamos desgastando por nuestros hermanos, que nos estamos ofreciendo a Nuestro Señor en el ejercicio de nuestro ministerio, generosamente, sin reserva, y como les he dicho a veces, a vida completa, no a tiempo completo… A VIDA COMPLETA.

Estos santos óleos que bendecimos para obtener el bien que de ellos emana, son un regalo de Dios, en auxilio a nuestras débiles fuerzas. Expresión de alegría, purificación, curación, salud y fuerza del poder dinámico del Espíritu Santo, que nos acompaña en los diferentes momentos de nuestra vida. Desde que nacemos hasta terminar nuestra vida terrena, en los momentos de alegría y en los momentos de dolor, estamos en constante lucha contra el mal. Estos óleos nos dan vigor para vivir en plenitud nuestra fe. 

Necesitamos ser reconfortados con el óleo de los enfermos, porque todos padecemos enfermedades físicas y también del alma.

Al estar unidos en oración por nuestros enfermos, el Señor escucha nuestras plegarias y nos fortalece contra toda clase de enfermedades. Nuestro deseo es estar bien de salud, vivir en armonía. 

A pesar de nuestra edad avanzada, en muchas ocasiones, las enfermedades suceden porque somos descuidados. Lo digo por mí y, tal vez, también tú lo digas. Hay algunas que son fruto de nuestra voluntad, porque no sabemos cuidarnos, pero hay otras que nos provoca la vida acelerada, como el estrés, y necesitamos ser confortados con el auxilio de Dios, que sana, que viene a fortalecernos en nuestro mundo desgarrado.

Nos hace mucha falta el sentirnos consolados en este tiempo de pandemia, donde muchos hermanos nuestros están sufriendo los estragos de la enfermedad. Dios nos ayude para que Su Gracia siga realizando plenamente en nosotros Su Fuerza, que da alivio.

Y aquí quisiera decirles algo. Hace un momentito, el padre Memo nos hacía tomar conciencia de algunas cosas, a propósito de este año que vivimos de pandemia. Nuestros enfermos necesitan atención y, a veces, no vamos porque tenemos miedo a ser contagiados, porque tal vez lo primero que preguntamos es: ¿tiene covid? y, si tiene covid, no voy. Si nuestros hermanos nos dicen que no tienen covid, a veces no les creemos y no vamos. No reconfortamos a nuestros enfermitos. Yo pensaría, ¿por qué no hablas con el enfermito? ¿por qué no te comunicas con él? ¿por qué no le haces una llamadita por el teléfono? ¿Por qué no lo haces una videollamada para que lo puedas ver y él te pueda ver también? Y lo bendigas, y le ayudes a encontrarle sentido a su sufrimiento, a su dolor, a sus penas, y que se una a la pasión redentora de Nuestro Señor. 

Utiliza esos medios para consolar, no solamente a los enfermos, sino también a los familiares de los enfermos que se están desgastando, que están sufriendo mucho, y que tú y yo los podemos consolar con una palabra de esperanza. 

Padre, todavía creen nuestros fieles en nuestro ministerio sacerdotal, todavía creen… creen en que tú puedes hacer algo por ellos, creen en el poder de la oración, creen en los sacramentos, creen en lo que Dios hace por ellos… así como somos listos para muchas otras cosas, también seamos listos, astutos, para poder atender a nuestros fieles en estas situaciones peligrosas, sí, pero no los dejemos abandonados a su suerte. Tú puedes hacer mucho por ellos. Ellos en su casita, tú en la tuya, pero podemos tener una comunicación, podemos mandar un mensajito, podemos mandar un audio, podemos hacer tantas, cosas… y, a veces, no hacemos nada.

Necesitamos ser consolados, nuestros sacerdotes a veces han estado enfermitos, y cuando les has hablado, cuando les has mandado un mensajito, ellos ¿qué te responden?… “gracias, gracias porque tus palabras me animan, porque tus palabras me llenan de esperanza, porque siento que no estoy solo, porque siento que tú estás orando por mí”

Pues si eso experimenta mi hermano sacerdote, que lo experimente mi hermano, el hijo de Dios que vive en tal domicilio y en este otro, y en este otro y en este otro.

Hagamos algo por ellos.

También hoy bendecimos, al mismo tiempo, el óleo de los catecúmenos. Significa purificación y fortaleza, por eso se impone justo antes del Bautismo, que es la liberación del pecado. Con este óleo santo, se pronuncia una oración, en la que se renuncia explícitamente al mal, de manera que el ungido se prepara a entrar en la vida de Cristo y pueda vencer la lucha contra el error, las tinieblas y la oscuridad.

Muchos de nuestros hermanitos están esperando a ser bautizados, y seguimos con el mismo problema. No los bautizo porque hacen fiestas y porque hacer fiestas es peligroso, y yo no quiero ser responsable de todo el peligro que corren y, por eso, estoy negando el Bautismo.

Nos está haciendo falta discernimiento, para poder tratar a las personas, pero lo más triste y lo más delicado que siento que, a veces, sigue sucediendo en nuestras comunidades es que neguemos el Sacramento del Bautismo, porque los papás de ese infante no están casados por la Iglesia.

Hermano sacerdote, ese niño no puede cambiar de papá y de mamá. Puede cambiar de padrino y de madrina, pero no puede cambiar de padre y de madre… y ese tiene derecho a ser hijo de Dios y, ese hombre y mujer, padre y madre, están pidiendo la Gracia para su hijo y tú le dices: “no te puedo dar esa gracia porque tú no estás en la gracia de Dios porque no estás casado”… no nieguen el Bautismo a las creaturas. Motiven a los papás para que, en algún futuro, se santifiquen en su unión, pero dale la gracia del sacramento a ese niño que tiene el derecho y que, sus padres, aunque no vivan con la bendición sacramental, quieren y piden la bendición del sacramento del bautismo para sus hijos. Ya no pidamos que se casen a fuerzas para bautizar. Ya no los obliguemos. Te bautizo si te casas… necesitamos pensar de otra forma, acercarnos a nuestros fieles de otra forma. 

Una característica de los que se preparan para tener ese encuentro con Cristo es que están siempre en búsqueda y se ponen en camino con deseos de tener siempre un conocimiento de Dios. Nos recuerda que todos los bautizados deberíamos ser incansables en Su búsqueda, y permanecer siempre inquietos por encontrarlo, para tener elementos suficientes y vencer las fuerzas del mal. Por eso hemos sido ungidos en el pecho, para hacer frente al pecado, que nos separa de Dios, buscando siempre la verdad, renunciando a las tinieblas para dejarnos guiar por Su luz en estos tiempos de oscuridad, en que nuestra sociedad se tambalea en un océano de ideas, donde al parecer todo lo que se dice es verdad.

Estamos llamados a la conversión y es necesario voltear nuestra mirada a Dios, buscando el bien y dejándonos iluminar por Él.

Pero en este panorama oscuro y nebuloso, en el que pareciera que el Señor estuviera dormido en la barca, no es así. Él calma la tempestad y nos dice: “no tengan miedo”

Por eso, en la consagración del Santo Crisma, los sacerdotes extienden la mano para invocar al Espíritu Santo. Se trata de un ungüento aromático, hecho de la mezcla de aceite y perfume, que al ser ungidos, nos hacemos portadores del óleo de la alegría, y estamos invitados a esparcir el buen olor de Cristo.

El Señor nos ofrece el Santo Crisma, que es el óleo que nos hace partícipes de Su Misión, como sacerdote, profeta y rey. Unción que se hacía desde el antiguo testamento. 

Ahora, recibimos esta unción en el Bautismo, la Confirmación y cuando fuimos ordenados sacerdotes.

Yo, como Obispo, he recibido al unción en la cabeza, para hacer presente a Cristo cabeza. Qué belleza tenemos frente de nosotros. Esta fuerza de Dios, proclamada por Jesús, al leer el texto de Isaías: el Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido”, dichas por los labios de Jesús, hablan de la realización. Hoy se ha cumplido y ese hoy es cada día. Este hoy es el hoy de la Salvación.

El profeta anuncia el consuelo. Sus palabras alientan a los decaídos y nos da fuerza para desempeñarnos como servidores de Cristo en la verdad, que exige humildad y sencillez. 

Dejémonos ungir por Cristo, para que no sólo seamos consolados sino que también consolemos. Que no seamos curados sino también liberemos.

Hoy, renovamos nuestras promesas sacerdotales. Demos gracias a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, que nos ha llamado a servir a Su Iglesia.

El día de nuestra ordenación se nos pidió asumir los mismos sentimientos de Cristo, de tal manera que no tenemos nada qué reclamar para nosotros mismos, sino que estemos siempre atentos para hacer vida el Evangelio y esforzarnos para llevar a la práctica la Misericordia y la Caridad de Dios, porque una Iglesia con Misericordia a favor de los desprotegidos, será una Iglesia cercana, atendiendo a los que sufren.

No seamos indiferentes ante los gritos de muchos de nuestros hermanos, mantengamos vivo ese amor que ha sido la razón de nuestro sacerdocio, por el que nos hemos consagrado.

No seamos tibios, disfrutemos el llamado que Dios nos ha hecho. Cuando Dios deja de ser el centro de nuestra vida, todo pierde sentido.

Yo quiero que nos preguntemos, ¿cómo vivo mi sacerdocio?… ¿qué hay en este corazón sacerdotal? ¿qué hay en mi persona? ¿qué intereses me mueven?… ¿realmente estoy unido a Nuestro Señor? ¿me dedico en cuerpo y alma al ejercicio de mi ministerio?

En esa comunidad donde Dios me tiene en este momento, ¿me desgasto por esos fieles? ¿o pienso que yo merezco más?… que no han sabido valorarme mis hermanos, y en especial mi Obispo…

¿Trato yo, con verdadera ternura, con verdadero amor a los fieles? ¿las personas de mi comunidad están felices por la forma como yo vivo mi sacerdocio, están felices?

Porque, a ti y a mí nos toca hacer felices, no nada más debemos estar exigiendo que nos hagan felices, que corresponda, que colaboren, que ayuden, que responda, que participen, que pongan interés… ¿y yo, qué estoy haciendo?

Creo que, hoy, Dios nos cuestiona, en este ejercicio de nuestro ministerio. Trabajemos día a día por el bien común, por los que no tienen quien cuide de ellos, por los ignorados de la sociedad. 

Llevemos estas palabras de aliento a todos. Valoremos el regalo de nuestra vocación.

Pido a Dios que todos ustedes, hermanos sacerdotes, vivan en armonía y en paz, en cada una de sus comunidades. Me duele cuando me dicen que tienen problemas con las autoridades civiles, con los mayordomos, con los fiscales, con sus agentes de pastoral… me duele mucho eso y ¿por qué? ¿por qué tanto problema?

A veces decimos: “es que no entienden” y, tal vez los de enfrente nos digan: “es que el padrecito no entiende. No nos entiende. No entiende nuestras tradiciones, no entiende nuestra cultura, no entiende nuestras costumbres” Tenemos que hacer un esfuerzo porque yo quiero que vivan en paz, que sean muy felices, que vivan entregados, muriendo por esas comunidades.

Pido a Dios que todos ustedes vivan así. Que María de la Soledad, que eso compañera de nuestro camino, la Madre que nos escucha y nos abraza, Ella, que es consuelo y fortaleza, les llene de consuelo y fortaleza en los momentos difíciles de su vida como sacerdotes.

A Ella, Madre de los sacerdotes, encomendamos nuestra Arquidiócesis y nuestro Presbiterio.

A Ella consagramos nuestra vida y todo el trabajo que realizamos en nuestras diferentes comunidades.

Ya para terminar este momento, les quiero decir, desde mi corazón, desde mi corazón… yo estoy muy agradecido con todos ustedes, porque me han recibido desde hace tres años, con espíritu de fe, de esperanza y de caridad. Porque me han comprendido y porque me aceptan, así, como yo soy… con mis limitaciones, con mis miserias… yo estoy muy agradecido con cada uno de ustedes y, aquí quiero decirles, a ustedes y a toda mi comunidad, mis sacerdotes de la Arquidiócesis de Antequera Oaxaca me han respetado, me han obedecido, y ninguno de ustedes, en ningún momento de su vida, les diga lo que les diga, han entrado en un conflicto conmigo. Nadie me ha faltado al respeto de mis sacerdotes, ninguno y esto es Gracia y Don Divino… Gracia y Don Divino.

Pues, cuidemos esa Gracia y ese Don.

El respeto que ustedes me guardan, a mí me hace feliz y yo quiero seguir siendo feliz con ustedes, porque aquí me tiene Dios, porque aquí quiere que viva.

Crezcamos en la comunión, en la fraternidad y en el amor sacerdotal como lo quiere el Señor.

Que así sea.

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