HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS,
ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
14 DE FEBRERO DEL 2021. Quiero decirles que me impresiona su silencio y en esto leo que están teniendo un encuentro con Dios porque, en el silencio, es donde nosotros podemos entrar a nuestro interior y entrar en un diálogo con Dios, olvidándonos por un momento de tantas cosas que nos pasan en la vida. Estamos viviendo una situación difícil, angustiante, muy preocupante. No nada más en nuestro país sino en el mundo entero. Esta pandemia nos ha traído mucho sufrimiento.
Nos ha traído angustias, miedo, mucho miedo.
Quienes se han contagiado, por lo menos yo he escuchado a mis sacerdotes que se han contagiado y que han podido salir librados de este contagio, en sus momentos me decían: MonSeñor, tengo mucho miedo, tengo mucho miedo. ¿A qué tenían miedo? No lo sé, yo quiero imaginarme que tenían miedo a morir y, aunque sabemos que tarde o temprano vamos a morir, sentían miedo. Sentían angustia. Y es que estaban solos. Nadie se podía acercar. Estaban en su casita y me decían: estoy en un cuartito aquí y me dejan la comidita ahí en la puerta y en un momento yo salgo, la tomo y como algo… pero estaban solos.
En esa soledad, sin sentir la cercanía, el cariño, toda esa experiencia que nosotros necesitamos en diferentes momentos para sentirnos fuertes, humanamente hablando, pues no estaba. No podían acercarse, no debían acercarse porque tenían que cuidarlo a él y tenían también que cuidarse ellos, la familia.
Al escuchar ahora la palabra de Dios de los leprosos que tenían que salir de sus casas, que tenían que hablar y decir: soy un impuro, estoy contagiado, comencé a pensar en todos mis hermanos que se han contagiado. “Estoy contagiado” y así lo expresan. Así me lo dijeron mis sacerdotes: “MonSeñor, estoy contagiado”. Qué duro es escuchar eso y no poder hacer nada, sólo decir “cuídate y espero que salgas adelante. Estaremos unidos en oración para pedir por tu salud, pero haz lo que tienes que hacer, no te descuides”.
Pero esa palabra “estoy contagiado, y si estoy contagiado te puedo contagiar. Retírate o me retiro yo de ti porque no quiero contagiarte”… así vivían los leprosos, lejos de sus familias, escondidos y no podían acercarse a la ciudad, pero ahí está Nuestro Señor, en el Evangelio, para decirnos algo.
Él no solamente permitió que aquel leproso se acercara, lo tocó, lo tocó ante la petición y Dios ha ido tocando a tantos y tantos hermanos que han salido adelante, que han sanado y a muchos de ellos los tocó para llevarlos con Él, para llevarlos a Su regazo de Padre, para tenerlos con Él. Para que vivieran esa felicidad eterna con Él.
Que esto ha causado dolor y tristeza en los seres queridos, por supuesto… por supuesto. Y es que es una enfermedad pues que, que no esperamos, nos llegó y que nadie la espera porque también preguntamos ¿y cómo fue esto?… “no lo sé, no sé cómo”… ¿Cómo te contagiaste?… “no lo sé, no lo sé. No sé en qué momento. No sé qué persona me contagió a mí… no lo sé”.
El Señor lo tocó…
“Quiero”… sana, y no se lo cuentes a nadie. Y lo primero que hizo es contarlo. No podía callar. En diferentes momentos, el Señor decía cuando hacía algún milagro, una oración muy especial decía: no se lo cuentes a nadie, no se lo digas a nadie. Nadie callaba. Todo mundo tenía que hablar y decir quién los había sanado y, hasta el día de hoy, los hermanos que sanan dicen: Dios le concedió la salud. Agradezco la oración que hiciste por mí. Dios me ha concedido la salud.
Así es. Dios nos sigue concediendo salud. Dios nos sigue concediendo salud también a los que mueren Dios les concede salud porque están libres de sufrimiento, de penas, de dolores. Yo comparto el sufrimiento con ustedes porque, uno de mis hermanos murió también en este tiempo y, al último, pues tenían enfermedades, varias, pero también nos dijeron: “está contagiado de covid”. ¿Cómo se contagió? nadie lo sabe, y murió hace unos días. Hace ocho días era el fin de su novenario y ahí está, con Dios. Dios lo ha tocado, Dios lo ha sanado. Así tenemos que vivir, en la esperanza porque estos sentimientos humanos son duros, son duros. Estas vivencias son tristes, desgastantes. Por supuesto, pero tenemos que ser fuertes en la fe. Fuertes en la fe. Fuertes en Dios, animados en Dios, viendo la vida en Dios.
Aquí vemos la muerte, la muerte del ser querido, pero en la fe, ve la vida, la vida con Dios, la vida eterna, la resurrección. Es necesario.
Y también quisiera decirles que ojalá aprendiéramos de Nuestro Señor, en nuestro entorno hay muchas personas que se sienten despreciadas y despreciadas por nosotros. A veces son nuestros mismos familiares. Los miramos con repugnancia. Muchos ancianitos, muchos abuelitos, en su soledad, abandonados. Los hijos se han olvidado de ellos, no se atreven a acercarse. Se avergüenzan de ellos, los humillan, los desprecian. Qué esperanzas que los contemplen con amor y tan necesitados que están nuestros ancianitos de sentirse amados, de sentirse valorados, y están abandonados.
Cuántas de nuestras gentes, de nuestros barrios, denuestos vecinos, de nuestros pueblos a veces nos causan repugnancia. Qué triste es sentir repugnancia de un hermano, de un hijo de Dios, de una imagen y semejanza de Dios, sentir repugnancia…
No se vale, no se vale que tú, que eres hijo de Dios, que eres un discípulo de Jesucristo, que tienes, que debes tener la mirada del Señor a través de tus ojos sienta repugnancia, no quieras ni ver a esa persona, te causa asco. ¡Dios mío! ¡qué ingrato!
Algo tenemos que aprender. En nuestra sociedad, muchos hermanos nuestros sufren porque no sienten las miradas compasivas, amorosas de nosotros, no la sienten. Mucho menos una caricia.
Ahorita, ciertamente, debemos estar en esa sana distancia, como decimos. Pero, en esa sana distancia, yo puedo mirar, mirar con ternura, mirar con amor, mirar con compasión y hacer sentir esa mirada de amor, no de asco o de desprecio. No de repugnancia.
El Señor lo tocó, puso su mano en el leproso y lo tocó.
¿Por qué nosotros no podemos poner la mano en ese mugrosito de la calle, en ese ancianito, en ese limosnerito?… ¿por qué?… ¡uy, qué esperanzas! no, yo no me voy a rebajar… ¿y es rebajarse eso? ¿Nuestro Señor se rebajó?… ¡se engrandeció todavía más!, en su dignidad, en su grandeza al tocar al leproso.
Engrandécete también tú, en la forma como te acercas a los demás, como los tratas, como los miras. Engrandécete, yo quiero que te engrandezca porque en ese engrandecerte tú, vas a engrandecer al hermano y lo vas a hacer que se sienta valorado, que se sienta amado. Hoy es el día dizque del amor y la amistad también… del amor y de la amistad… ¿y qué mañana no es el día del amor y la amistad, y pasado, y dentro de un mes? ¿Qué no todos los días tenemos que vivir amando, tenemos que ser amigos? ¿o nomás el 14 de febrero? ¿O nada más el día 10 de mayo tenemos que honrar a nuestra mamá y los demás días olvidarnos de ella y despreciarla? ¿a nuestro papá por allá en el mes de junio, un domingo?…
Creo que todos los días, todos los días.
¡Atrévete! ¡anímate!
Respondámosle a Nuestro Señor.
Que María, Nuestra Madre, nos vaya conduciendo de la mano para que, así como fue llevando a su hijo para entregarse al Señor y hacer su voluntad, así también nos lleve a nosotros para hacer la voluntad de Dios en los diferentes momentos de la vida.
Esperan de nosotros mucho nuestros seres queridos y también los que son desconocidos para nosotros esperan algo.
Ojalá seamos capaces de darlo con la ayuda de Dios.
Que así sea.