HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS,

ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

7 DE FEBRERO DEL 2021. Un nuevo día para todos nosotros, por la gracia de Dios, y hemos podido venir a este lugar tan sagrado de nuestra Iglesia Catedral para participar en esta Santa Misa, para escuchar la Palabra Divina y para alimentarnos también del cuerpo y de la sangre del señor.

Necesitamos de estos dos alimentos, del alimento de la Palabra y del alimento del Cuerpo y la Sangre.

Qué hermoso es que usted se alimente de estos dos alimentos, que le interese escuchar y profundizar en la Palabra Divina y que disponga siempre su interior para recibir la Sagrada Comunión.

Espero que estos dos alimentos a usted lo fortalezcan, lo animen en su vida y sienta siempre la necesidad de ser iluminado por la Palabra de Dios y de ser alimentado con su cuerpo y con su sangre.

Todos los que estamos aquí hemos cargado, en algún momento de la vida o en este momento también, sufrimiento, dolor y qué difícil han sido esos momentos de prueba. Qué difícil estaba siendo para Job vivir las pruebas que se le iban poniendo en la vida.

Se ha quedado solo, sin nada, sin familia, sin posesiones, sin amigos, sin nada… Y los que se acercan a él lo culpan porque se creía que todas esas desgracias y todas esas miserias, todos esos dolores eran por causa de haber pecado y Job era un hombre bueno, era un hombre justo, era un hombre temeroso de Dios y así lo veían, y así lo conocían, pero vino sobre él toda la desgracia y comenzaron a juzgarlo sobre su culpa. “Si ha venido a ti toda esta desgracia, es porque cometiste un grave pecado”… y Job no había ofendido a Dios pero estaba sufriendo y hace sus reflexiones personales, largos los días y las noches ¿y qué espera?

Tal vez esa experiencia la hemos vivido nosotros en algún momento o miramos que la vive un ser querido, nos ha tocado tal vez ser testigos de las enfermedades de nuestros seres queridos, y ahí está marcada esa vivencia, esa experiencia. Y hemos encontrado de todo, familiares que reniegan del sufrimiento y del dolor, familiares que le gritan a Dios y que le reclaman a Dios, pero también nos ha tocado esta gracia de estar frente a familiares o amigos que no reniegan, que no se rebelan contra Dios, sino que le dan gracias y aceptan su dolor y su sufrimiento y lo saben encausar y se nos hace admirable.

El que reniega se nos hace como muy normal porque tal vez también nosotros en ciertos momentos hemos renegado, nos hemos enfadado, nos hemos cansado del sufrimiento, de las necesidades, de los problemas y también hemos expresado esos sentimientos de no aceptación, de estar en contra de todo ello y, a lo mejor, de hacer reclamos a Dios y hasta de decirle: “no existes, porque si existieras no pasaría todo esto, no pasaría todo este mal en el mundo si existieras. ¿No que eres un Dios bueno?, ¿no que te interesa y quieres para todos nosotros la felicidad?, ¿por qué tanto dolor y por qué tanto sufrimiento y por qué tanta angustia?… ¿Por qué nos has abandonado?

Fíjense que es necesario mirar a Nuestro Señor. Es que, si tú alejas tu mirada de Dios y en especial de Nuestro Señor que se hizo hombre, en todo semejante a nosotros menos en el pecado y que por supuesto sufrió mucho más de lo que nosotros hemos sufrido y aceptó ese sufrimiento para salvarnos, no sabrás cómo encausar tu dolor.

También salieron de Él expresiones de toda una humanidad: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado? estando ya en la cruz y tal vez esa expresión, si nosotros la pronunciamos en un momento de fe vamos a sentir Su presencia, en un momento de fuerte dolor: “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?”

Si nos sale esa expresión en el dolor, tú serás fortalecido como lo fue fortalecido Nuestro Señor en la cruz.

Estos sufrimientos y estos dolores sólo los entendemos mirando al crucificado. Si no miras al crucificado, no vas a poder encausar tus sufrimientos. Si no entiendes tu enfermedad y tu dolor en el crucificado, vas a vivir momentos de desesperación.

¡Eleva tu mirada!, no te quedes en lo terreno, eleva tu mirada hacia el cielo y si tú no eres el que sufre sino sufre tu ser querido, eleva tu mirada al cielo, y sé que la elevas porque le dices a Dios: “dale fortaleza a mi papá, dale fortaleza a mi mamá, hazla fuerte en este momento, no la dejes solita. Cálmale su dolor”… Cuántas cosas le decimos a Dios mirándolo en la cruz, en la vivencia de fe, no en la renegación, en la renegación no vamos a tener paz y no vamos a ayudar a nuestro enfermito, no lo vamos a ayudar, no lo vamos a fortalecer.

A Nuestro Señor le llevaban a los enfermos y él los curaba. A muchos de ellos los tocaba para que sanaran.

Cuando veas el sufrimiento tan grande de tu ser querido llévalo a Dios, no lo dejes ahí, postrado en la cama, en el lecho del dolor, no te quedes ahí como espectador del dolor.

Llévalo a Nuestro Señor. Ponlo ahí, en Él, y encontraras, encontrarás gracia, encontraras fuerza, encontrarás esa fortaleza en favor de tu ser querido y tú encontrarás mucha paz, mucha paz.

Nuestros hermanos nos piden oración. Éste ha sido un tiempo, ya vamos a cumplir un año, el próximo mes cumplimos un año de estar encerrados y de estar siendo testigos de tanto dolor, de tanto sufrimiento, de esos miles y miles de contagiados por el covid y de muertos por el covid. Familiares nuestros, muy cercanos.Yo escucho a mis familiares que me dicen: “pide, pide por tu primo, pide por tu prima, pide por tu tío, pide por tu tía, pide por tu hermano, está enfermo, está contagiado, pide por ellos”.

Y eso lo ha escuchado también usted, de un lugar y de otro, de un lado y de otro, pidiéndole a usted oración y usted, ¿qué hace?, por supuesto que hace oración pero también le dice a otros: “mi primo está contagiado, reza por él. Pide por él”. Porque creemos que el que sana es Nuestro Señor y así es, sana… siempre sana.

Pero, a la vez aprendamos, aprendamos de Nuestro Señor a que no nos aturda este mundo y que no nos cierren todas estas angustias y dolores y nos encierren en un túnel oscuro.

Usted debe tener esos momentitos de retirarse a vivir un silencio, a vivir un silencio. Aprenda de Nuestro Señor a vivir un silencio, a retirarse a solas

aprenda de Él. Él se retiraba a solas a hacer oración.

Usted también entre en ese ambiente de soledad para hacer silencio en su interior y para hacer oración, para entrar en un diálogo con Dios, para sentir Su presencia, para sentir Su fuerza, para sentir Su amor y para sentir que no está solo.

Esa experiencia es necesaria en todos los momentos de la vida y más en algunos en que estamos probados.

Vaya a hacer silencio, vaya a hacer oración.

Nuestro Señor, en la madrugada se iba a orar, entrada la noche se iba a orar. En el día hacía oración. Aprendamos de Él y a través de esa oración el Señor sanaba. Pues a través de esa oración nosotros seremos los primeros en sanar y vamos a sanar a otros porque, en nuestra oración, también le diremos a Dios muchas cosas.

Que Dios haya hablado a su corazón en este domingo.

Que Dios le anime en este momento de prueba. ¡Qué difícil ha sido!.

La enfermedad es parte de nuestra vida, no la veamos como un castigo porque, a veces, a veces eso dicen y no le ayudan al enfermito: “Dios te está castigando porque eres como eres, por eso Dios te castiga”.

¡No señor!, esas palabras no deben de salir de sus labios. Dios no castiga y no tenemos que mirar esas enfermedades como castigos divinos. Mirémoslas de otra forma. Ahí está mi ser querido hablándome del evangelio del sufrimiento. El evangelio del sufrimiento y yo tengo que entender qué es el sufrimiento y para qué sirve el sufrimiento.

No es un castigo, es una oportunidad de Salvación, de Gracia, de bendición abundante de parte de Dios.

Recojamos todo eso y agradezcámosle a Nuestro Señor y ahí nos haremos fuertes, pero nunca miremos que Dios nos está castigando porque nuestro Dios no es un Dios cruel. Nuestro Dios es un Dios que sólo tiene amor… sólo tiene amor. Experimente el amor, no el castigo divino

Que María, nuestra Madre, nos haga fuerte como lo fue ella al pie de la Cruz, en ese momento tan duro de dolor. Que ella nos haga fuertes para que permanezcamos de pie, contemplando como ella contempló a Su Hijo, que daba su vida por nosotros.

Así también lo contemplemos nosotros, de pie frente a Él y alcanzando Gracia y bendición.

Que así sea.

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