HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
18 DE ENERO DEL 2021. Quiero decirles a todos mis hermanos que están acompañándonos a través de los medios de comunicación, que están en mi oración y que todas esas peticiones que me han hecho para que tenga presente en el altar a sus seres queridos, vivos o difuntos, los tengo presentes en mi oración. No los he nombrado como siempre lo hago, pero Dios, Dios conoce muy bien toda esa lista que tengo para estar pidiendo por mis hermanos.
Me da mucha alegría poder presidir esta santa misa, ahora en este mes de enero, con presencia de algunos de ustedes, aquí en esta Basílica de Nuestra Señora de la Soledad, porque las puertas de nuestra Basílica permanecen abiertas. Ahora no están como hace un mes, 18 de diciembre, esas puertas estaban cerradas, ahora están abiertas, y usted puede entrar, con los debidos cuidados, por supuesto, para estar aquí, hablándole a Dios y hablándole a la Madre de Dios.
Hoy, le puedo decir a nuestra Señora de la Soledad que los escuche, que los escuche en sus ruegos, en sus peticiones, porque aquí, a este Santuario, a esta Basílica, venimos a encontrarnos por supuesto con Dios, pero muy especialmente con la Madre de Dios.
Aquí vienen mis hermanos oaxaqueños, a postrarse a sus plantas, para decirle las angustias, las necesidades, los sufrimientos, las penas y los dolores que cada uno va padeciendo a lo largo de la vida.
Y, María, con esa apertura de Madre, nos escucha. Y ese escucharnos a nosotros es para guardar nuestras plegarias y luego llevarlas a Su Hijo Jesucristo. Escuchábamos en el evangelio que María fue a buscar al Señor y le dijeron: “tu madre y tus demás parientes vienen, quieren hablar contigo”.
Hoy tengo que decirle a la Madre de Dios, mis hermanos oaxaqueños vienen, vienen, Señora de la Soledad, a hablar contigo, a decirte lo que está pasando en su vida, a platicarle de sus preocupaciones. Escúchalos, atiéndelos.
Y la Madre, que es una madre que ama y que se preocupa por sus hijos, escucha nuestros ruegos.
¡Háblele!, háblele a esa madre con toda confianza, con toda sinceridad, desde lo más profundo de su corazón, sabiendo que Ella está atenta a sus ruegos.
Hace 112 años, un día como hoy, esta bendita imagen fue coronada, fue su coronación pontificia, hace 112 años. Y a través de todos estos 112 años este pueblo nuestro ha venido a encontrarse con ella. Pero, no solamente decimos 112 años, hemos estado diciendo desde el año pasado 400 años de la presencia de Nuestra Señora de la Soledad al pie de la cruz en medio de nuestro pueblo oaxaqueño.
Hoy, bendecimos y agradecemos a Dios ese acontecimiento que vivieron nuestros parientes, que pienso que ya no queda ninguno, hace 112 años de la Coronación Pontificia. Yo creo que ya todos los que fueron testigos de ese acontecimiento, ya están viéndola, allá en el cielo, coronada como Reina y Señora de todo lo que hay, Reina y Señora… allá la miran, allá le hablan, allá le dicen que nos bendiga a nosotros, los oaxaqueños, y muy en especial, le ha de decir cada uno de ellos, “fui testigo de tu coronación pontificia en la Basílica de nuestra ciudad de Oaxaca, ahí estuve presente, ahí miré ese momento de tu coronación y aquí estoy frente a ti para decirte: bendice a mi familia que todavía peregrina en esas tierras de Oaxaca, bendícelas como Madre, con esa ternura de Madre. Acarícialos a todos ellos, porque necesitan sentirse acariciados por la madre de Dios, porque tienen un corazón sensible, porque sienten y tú sabes, Madre, que nuestro pueblo, a veces, no se le ha tratado con la debida ternura, con el debido amor, con el debido respeto, con la debida veneración.
Y hoy tenemos que decir: mea culpa. Y tal vez muchos hermanos nuestros oaxaqueños también tengan qué decir: mea culpa, porque no he mirado a mis hermanos como realmente son, como mis hermanos. Me he creído superior a ellos y no he sabido respetarlos. Me he burlado de sus culturas, de sus tradiciones, de su piedad, de su religiosidad, de su forma de hablar y de su forma de vestir, me he burlado de ellos: mea culpa.
Aquí está Nuestra Madre, es de todos. Y hoy, Nuestro Señor nos dice que el que cumple la voluntad del Padre ese es mi hermano, mi hermana y mi madre. ¿Usted quiere ser hermano del señor, hermana del Señor, madre del Señor? Cumpla la voluntad del Padre Dios, porque solamente así podremos ser, como dice ahí, el evangelio, mi hermano, mi hermana y mi madre.
¿Se le hace difícil hacer la voluntad de Dios?, ¿cumplir lo que le manda Dios, nuestro Padre? ¿se le hace difícil? Sí es difícil, pero que nunca llegue a pensar que es imposible porque Dios no pide imposibles, Dios pide sólo posibles, nunca nos pedirá que hagamos algo imposible. Si Dios se lo está pidiendo, es que es posible… si Dios le está pidiendo que sea paciente, comprensivo, amable, generoso, servicial, misericordioso, que sea capaz de perdonar, es porque es posible. Se lo está pidiendo Dios, ¡es posible!.
Que no lo engañen y que no se engañe usted, lo que pide Dios es posible. Le está pidiendo sacrificio, le está pidiendo renuncia, le está pidiendo generosidad… TODO ES POSIBLE. Y, si nosotros sentimos que esto es un imposible, pues le tendremos que decir a Dios: “Señor, me parece que lo que me pides es imposible, pero con tu ayuda se vuelve todo posible”. Con tu auxilio, con tu gracia, todo es posible y lo voy a hacer porque quiero hacer tu voluntad.
Hoy, tenemos que decirle a Nuestra Madre, que hay mucho dolor en nuestro pueblo, y no solamente en nuestro pueblo oaxaqueño, nuestro pueblo y en el mundo, con esta pandemia, mucho dolor y sufrimiento, mucha preocupación, mucha angustia.
Hoy se murió un hermano nuestro, Obispo, que todavía no cumplía ni siquiera un año de ser obispo, ni siquiera un año de ser Obispo y ya no está entre nosotros.
Ayer me dijeron de otros Obispos que están contagiados de covid, ya hablé con uno de ellos y me dijo: “cuídate, hermano, cuídate, cuídate mucho, para que no te nos vayas a contagiar. Es angustiante esta enfermedad” y él me dice: “parece ser que soy asintomático, pero es angustiante que a cada momento te estén poniendo aparatitos para ver cómo está tu oxigenación y viene a ti un temor de que te digan: te está bajando, necesitas esto, necesitas aquello”. Las noches –dice- se vuelven largas, interminables, porque llega un gran temor y un gran miedo ante todo lo que hemos oído y lo que hemos visto… miles de contagiados y miles de muertos y yo no quiero ser uno de esos miles, no quiero ser uno más y qué difícil es pasar la noche con la angustia, pensando que estoy en los últimos momentos, que estoy en los últimos días de la vida… cuídate, ¡cuídate!” y es lo que yo les quiero decir a todos ustedes: ¡CUÍDENSE”
No podemos convencer a mucha gente que nos dice que no estemos creyendo en esto u otros nos dicen que si no tenemos fe, que si no creemos en Dios, que si no creemos en su providencia, en su protección, en su auxilio. En todo eso creo yo, pero también creo en la pandemia, también creo en esa enfermedad, porque mis hermanos están muriendo.
Yo no ando con eso de que de dónde llegó, que quien esto… no, no, no, no… aquí está esto, esta enfermedad. Cuídense. Hoy venimos ante Nuestra Madre a decirle: ¡cuídame!, pues ella nos dice: cuídate tú también. “Cuida a mis familiares”… -ve a decirles que se cuiden. “Cuida a mis hermanos sacerdotes”… – no dejes de decirles que se cuiden. “Cuida a mis seminaristas”… – no dejes de decirles que se cuiden. “Cuida a los niños, cuida a los jóvenes, cuida a los adultos” – pues, diles, diles, diles que se cuiden.
Creo que eso nos dice Nuestra Madre, que regresemos a nuestra casa fortalecidos, porque nos hemos encontrado con Ella, y le hemos dejado ahí, en sus manitas, nuestros sufrimientos, nuestras penas, nuestros proyectos, nuestras ilusiones, nuestras esperanzas… ahí están en ellas y ella los llevará a Su Hijo Jesucristo.
Bendecido mes de enero, sigamos orando intensamente y que María, nuestra Madre, nos ayude a ser siempre fieles en el cumplimiento de la voluntad de Dios.
Que así sea.