SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
4 DE ENERO DEL 2020. De nuevo quiero iniciar este momento diciéndoles la alegría que siento de poder estar en nuestra iglesia catedral presidiendo la celebración dominical de esta hora. Dios nos ha cuidado a todos y nosotros también hemos hecho lo nuestro, cuidarnos y cuidar a nuestros hermanos.
Me alegra poderlos mirar, algunos de ustedes son muy puntuales, no fallan a la misa de las doce, ya los estoy ubicando, ya los estoy ubicando que no fallan, que están aquí los esposos, los hijos, bendito sea Dios.
También me alegra poder decirles que, en medio de ustedes, están dos sacerdotes participando en la Santa Misa, como está usted ahí, ellos también sentaditos en una banca, en una silla, hay dos sacerdotes ahí, un padre jesuita y un padre diocesano de Puerto Escondido que trabaja en nuestro Seminario de la Santa Cruz, acompañado de sus papás que han venido a visitarlo.
También me alegra la presencia de hermanas religiosas, que suelen venir a esta celebración y me alegra también que, domingo a domingo estén mis hermanos y mis amigos, los que trabajan en las prensa, todos esos que ven que se mueven y que toman fotografías y que tal vez se pregunten: bueno, ¿por qué ese señor todos los domingos tomando fotografías? Es su trabajo, es parte de su trabajo, lo mandan a la catedral, tiene que cubrir este momento en la catedral y por eso está aquí, espero que ninguno de ustedes se distraiga, no se distraigan que porque toman fotos, porque enfocan la cámara para donde están ustedes, les toman fotos a ustedes y no se cansan de tomarle fotos al Arzobispo… tranquilos, es parte de su trabajo porque, en la semana, ellos y desde el día de hoy, los he leído, comienzan ellos a escribir lo que aquí reflexionamos y meditamos y le ponen lo propio de ellos, lo que a ellos les parece importante lo destacan en los artículos que ellos escriben. Agradezco, pues, la presencia de mis hermanos y amigos periodistas.
Pues, después de este inicio así, yo quiero que nos alegremos porque, hoy, es el día de la manifestación del Señor como el Salvador de todos los hombres.
En días pasados, las lecturas y principalmente el Evangelio nos presentaban a los pastores de Israel, que fueron los primeros en recibir el anuncio del nacimiento del Salvador y que acudieron ahí, a esa gruta de Belén, a ese pesebre a adorar al niño y también le llevaron lo que ellos tenían en su momento.
El anuncio a los pastores lo hicieron los ángeles del cielo. Hoy les ha nacido en la ciudad de Belén un Salvador. Lo verán envuelto en pañales y recostado en un pesebre, y ellos fueron a adorarlo. En ellos está representado ese pueblo elegido, ese pueblo de Dios, el Pueblo de Israel, pero ahora con esta festividad se nos dice con la presencia de esos hombres venidos del oriente, y el texto dice: en los magos venidos del oriente está representada toda la humanidad, porque Jesucristo no es sólo Salvador de Israel, es Salvador de todos los hombres de todos los tiempos. Es el único Salvador de ayer, de hoy y de siempre.
A estos hombres del oriente los fue conduciendo una luz, iluminados por una estrella. Fueron hasta el pesebre, después de haberse encontrado con Herodes al que le preguntaron ¿dónde está el Rey de los Judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella, y hemos venido a adorarlo… a adorarlo.
Todas esas palabras están llenas de un misterio, del misterio de fe. Al único que se le adora es a Dios, a nadie más se le adora, sólo a Dios y ellos dicen: “venimos a adorar al Rey de Israel. Al Rey de los Judíos que acaba de nacer en un pequeño Niño, venimos a ver, venimos a ver esa Divinidad y le ofrecen sus regalos también: el oro, incienso y la mirra, y más de alguna ocasión hemos escuchado que esos regalos son porque Jesús es Dios y hombre, Dios y hombre. Le regalan, porque es Rey, el oro; le regalan, porque es Dios, el incienso y le regalan porque es hombre la mirra, porque era lo que utilizaban para embalsamar a los cuerpos cuando morían… Oro por Rey; incienso por la Divinidad; Mirra por hombre. Así se ha interpretado esto y así lo hemos escuchado infinidad de veces.
Pues este es el misterio que hoy celebramos. Hoy reconocemos a Jesucristo como Nuestro Salvador, y le agradecemos que nos haya llamado, que nos haya llamado a ser sus hijos y que nosotros conozcamos su Evangelio, lo aceptemos y lo estemos viviendo. Pero yo quisiera que nos preguntáramos hoy: ¿usted qué le ofrece, usted que le ofrece a Nuestro Señor?. Aquellos humildes pastores le llevaron algo, los cantos que nosotros cantamos en navidad… decimos que los pastores le llevaron requesón y que le llevaron borreguitos, y eso… lechita, de las cabritas, de los borreguitos. Los reyes le han llevado incienso, oro y mirra. Oiga, y usted, usted y yo ¿qué le regalamos? ¿qué le regala a ese Dios que se ha manifestado como el Salvador de todos nosotros?, ¿Qué le está regalando?, ¿le está regalando su vida? ¿de veras se ha consagrado usted a Dios?, ¿le consagra toda su persona, toda su vida, todo su trabajo, todo su esfuerzo, su cansancio, sus sufrimientos, sus penas, se las ofrece a Nuestro Señor como un regalo suyo? O en esos detalles que le he expresado y en muchos otros más ¿no le hace reclamos a Nuestro Señor, al Salvador, al que nació en Belén, al que se dio como regalo a todos nosotros y se nos sigue regalando en la Eucaristía, como el pan de la vida, como el alimento que nos asegura la vida eterna y la resurrección con Dios? ¿Qué hace usted?
Ahorita pienso: ¿qué le estamos regalando a Nuestro Señor en la persona de nuestros semejantes? Yo le quiero agradecer porque, por amor, usted viene a esta Iglesia Catedral con el debido cuidado, por amor a las personas con las que se van a reunir con usted o estamos reunidos aquí, por el amor a su Arzobispo, usted viene con ese cubrebocas, gracias por ese regalo.
Pero, también cuando camine por la calle, cuando camine por la calle, siga, porque tenemos que seguir cuidándonos y cuidando a nuestros hermanos, cuando esté en su casita, tal vez, también en ciertos momentos tenga que traer esto y siempre movido por el amor. Y ese es un regalo a Nuestro Señor, un regalo a Nuestro Señor en cada uno de nuestros semejantes.
Si así nos viéramos, creo que viviríamos mejor, viviríamos más en paz, seríamos más felices, pero a veces nos domina el egoísmo y sólo pensamos en nosotros, no pensamos en los demás, sólo pienso en mí y en lo mío y que el mundo ruede y me importa muy poco lo que pase a mi alrededor, me importa muy poco. Me importa muy poco si otros están sufriendo, si están pasando necesidades, si tienen sufrimientos, si tienen penas. No soy capaz de regalarles un momento con mis palabras de consuelo y de esperanza. “Se buscaron ese sufrimiento y pues que Dios les ayude, decimos a veces, ¡que Dios les ayude!” y, nosotros, no hacemos nada, no somos capaces de regalar algo, de regalar nuestro tiempo, de regalar una palabrita, un saludo… no somos capaces a veces.
¡Cuánto bien hace una palabra suya!, brotará de los labios de aquella persona que usted le haga un bien, brotará una alabanza y tarde o temprano va a descubrir que Dios le ama porque usted ha sido bueno con ella o con él. Tarde o temprano verá la bendición de Dios que llega a través de usted. No seamos egoístas, Nuestro Señor hoy nos dice que la Salvación es para todos, no es exclusiva para un pueblo, es para toda la humanidad.
Mi amor no debe ser exclusivo para los más cercanos, se tiene que extender un poco más, no ignoremos a las personas, no las ignoremos, regalémosle algo de nuestra vida, y no me refiero a regalar cosas materiales, porque tal vez diga: “pues yo qué puedo regalar, no tengo nada, estoy para que me regalen, yo no puedo porque no tengo nada”… está lleno de amor, regale eso, regale su amor, regale su sonrisa, regale sus palabras, regale sus miradas, regale sus gestos. A veces, con el puro gesto, con el puro gesto llenamos a las personas, con la pura mirada.
Decimos a veces: “se me quedó viendo” yo voy a hablar de mi experiencia, de mi experiencia, porque, a veces, nuestro pueblo siente que no es digno de acercarse a nosotros, ahorita tenemos que cuidarnos, tenemos que cuidarnos, pero todos ustedes pueden acercarse. Yo, cuando voy a los pueblos, les digo a los jovencitos: “cuando yo me acerque a ustedes, yo quiero mirarlos, yo quiero mirar sus ojos, porque en sus ojos yo veo la alegría, la paz, el amor, la inocencia, la gracia…y necesito mirar eso en sus ojos porque necesito valorar mi ministerio”.
Cuando podíamos saludarnos, cuando podíamos abrazarnos…estos ojos han mirado las lágrimas de tantos hermanos nuestros y que yo les pregunto: “¿por qué llora?” Y me dicen: “porque Dios me permitió abrazarlo, Dios me permitió abrazarlo y yo me he sentido muy feliz al abrazarlo” y a veces negamos el abrazo. Miren, ahorita sentí sabe qué en mi cuerpo, recordando esas experiencias que he vivido, he visto llorar hombres… “¿y por qué llora usted?” – “es que jamás pensé que pudiera yo acercame a mi Obispo y saludarlo, y esto me ha llenado y lo voy a recordar para siempre.
¡Qué hermosas experiencias he vivido yo! Y todo eso son bendiciones divinas.
Yo quiero que también usted viva usted esas experiencias porque, tal vez una persona, a lo mejor desconocida, con la cual usted se encuentra y se detiene un poquito a veces a saludar, a preguntar quién es, dónde vive, que estoy y aquello y manifieste un interés, esa persona se sienta valorada y lo haga elevarse, sentirse feliz.
Aquí estoy viendo a algunos que se han sentido felices al tener un encuentro conmigo. Yo también me siento feliz. Los mismos periodistas que están aquí me han expresado eso, me han expresado eso, su alegría, su gozo, el sentir que tienen un amigo, que tienen un padre, que tienen un Obispo… eso a mí me llena espiritualmente, porque Dios está llenando espiritualmente.
Yo quiero que usted sea esa persona que llene espiritualmente a otros y que le regale, como un signo de que usted le regala al Salvador algo, regáleselo a una persona en particular, regale su perdón, su misericordia, su bondad, su amor, su palabra de aliento… regale algo, regale y verá que las personas serán muy felices.
Pues es lo que yo comparto hoy en nuestra Iglesia Catedral, en esta Festividad de la Epifanía del Señor. Espero haber llegado a su corazón y, que esto que Dios ha querido decirle hoy, porque así lo siento yo, no es lo que ha querido decirme mi Obispo, es lo que ha querido decir Dios a través de mi obispo y me lo ha dicho a mí y a quien está a través de los medios, escuchando. Es ese Mesías, ese pequeño niño que fue adorado por los magos nos habla a nosotros y nos invita a que también lo adoremos, lo adoremos a Él y lo amemos cada día más y manifestemos ese amor a nuestros hermanos.
Que María, la que fue testigo de todo esto y guardó en su corazón lo que estaba viviendo nos ayude también a guardar en el corazón, todos los signos de Amor Divino.
Que así sea.