TERCER DOMINGO DE ADVIENTO
13 DE DICIEMBRE DEL 2020. Yo quiero decirles, al mirarlos a ustedes, que me llena de alegría porque estás con vida, porque estás de alguna forma, sano, y estás aquí… porque es día del Señor y le has reservado este momento. Ustedes, aquí sentaditos, a sana distancia, y ustedes que están desde su casa, acompañándonos en esta Celebración.
Me llena de alegría porque estoy frente a hermanos que tienen la misma fe que yo, la fe católica, eso me alegra y porque has sabido cuidar tu fe, a pesar de tantas preocupaciones y de tantas persecuciones.
A pesar de tantas invitaciones que te han hecho a que dejes tu fe católica te mantienes firme porque dices, tal vez, lo siguiente: es la herencia que me han dejado mis padres. Ellos me llevaron a las aguas bautismales, me hicieron hijo de Dios, me instruyeron en la fe como ellos pudieron, me dieron testimonio de amor a Dios y aprendí de ellos a amar a Dios y a pertenecer a esta Iglesia… me alegro por ello.
Pero quisiera alegrarme de muchas otras cosas más, me alegro porque tienes una familia y, porque en ese recinto sagrado que es tu casa y que la Iglesia nos dice que es una pequeña Iglesia doméstica, ahí se vive el amor, se ama a Dios y se experimenta el amor que Dios tiene y que pasa a través de los seres con los que comparto la vida. Cuida a tu familia y cuida el amor ahí, en tu hogar… cuídalo, porque eso es lo que realmente te va a hacer feliz. Cada uno tiene su propia experiencia, experiencia de vida, pero cuando nos sentimos amados, nos sentimos felices.
En primer lugar, siéntete amado por Dios, a pesar de tu indignidad, a pesar de tus miserias y debilidades, siéntete muy amado por Dios y corresponde, de alguna forma, a ese amor divino. Nos estamos preparando para recibir al amor de los amores, que es el pequeño niño que nació en Belén. Estamos en el tercer domingo de Adviento, estamos a doce días de vivir la Navidad, de vivir ese gozo de recordar que, un día en Belén, de María Virgen, nació el Mesías esperado, el Emmanuel, el Dios con nosotros.
Y, hoy, el profeta Juan nos invita: enderecen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Soy la voz del que clama en el desierto. Así se definió y así dio testimonio Juan El Bautista, ante las preguntas que le hacían: Soy la voz del que clama en el desierto. Y usted tiene que ser esa voz que también clama en el desierto para que, juntos, unos y otros, vayamos enderezando nuestros pasos y vayamos por los caminos de Dios.
Si usted, en el silencio de su corazón, comienza a pensar, en este momento, qué es lo que le alegra y, en este momento, qué es lo que le entristece… ¿qué gana? ¿el alegrarse o el entristecerse? Según como usted lo vea y según como usted lo piense.
No se le olvide que usted es un hombre de fe, una mujer de fe… no separemos eso porque no debemos separar nuestra vida de fe y nuestra vida humana. No podemos nosotros decir: ahorita voy a vivir como un humano y ahorita voy a vivir como una persona de fe… soy la misma persona que vive su humanidad y su fe… su humanidad y su fe.
Si sólo se limita a ver, sólo con la humanidad, va a haber muchas tristezas, va a haber mucho sufrimiento, va a haber muchos desencantos, va a haber muchas desilusiones… va a haber muchas limitaciones y mucha soledad… mucha soledad y, todo eso, no le va a alegrar… le va a desilusionar.
No mire así, mire en la fe los diferentes acontecimientos que se van presentando en la vida, mírelos con ojos de fe y véalos así, con la mirada de Fe.
Alégrese porque no está solo, tal vez se siente solo humanamente, pero no está solo. Dios le dice que Él está con usted, siente Su presencia, experimente Su presencia, Su cercanía, no es un Dios que está en el cielo, nada más, en la lejanía… es un Dios cercano, es un Dios vivo, es un Dios que está dentro de usted mismo porque usted es un templo Vivo del Espíritu Santo y, como Templo del Espíritu, del Espíritu Divino, tengo que experimentar en esos momentos la presencia de la Divinidad y la cercanía de Dios en medio de nosotros.
Cuál tristeza, cuál desilusión si Dios está conmigo ¿y por qué está conmigo?… porque me ama, ¡porque me ama! ¡sólo porque me ama!… Siéntase amado por Dios. Tal vez la vida lo ha golpeado mucho y no se siente amado en ese caminar y en esa historia. Pero ¿quién puede amar tan grandemente como Dios? ¡Nadie! Nadie lo ama como Dios lo ama. Ese amor Divino lo tengo que experimentar, lo tengo que sentir para poder salir adelante.
Tal vez las personas que me rodean no me motivan para luchar, para ser una persona llena de esperanza, llena de ánimo, de entusiasmo, superando toda dificultad, pero el amor Divino lo tiene que motivar, lo tiene que fortalecer, lo tiene que mantener en pie, en esa lucha constante.
Déjese amar por Dios y experimente su Amor Divino y eso le tiene que traer alegría en su corazón y, a pesar del sufrimiento y del dolor, usted va a estar feliz, va a estar alegre porque siente la presencia divina y el Amor Divino ¿qué más quiere? ¿qué más quiere?… claro que, a veces, en esa humanidad, necesitamos que alguien nos diga tantas cosas, que nos trate con ternura, que nos hable con amor, que sintamos que nos acompaña en la vida por esto y por aquello pero… Dios está con usted, anímese, ilusiónese…
Le pido a Dios que nosotros siempre tengamos la Luz de la Fe… el Bautista dijo que él no era la Luz, sino testigo de la Luz… la Luz es Jesucristo, El que viene a iluminar, pero no se le olvide lo que dijo Jesucristo un día, en el anuncio del Evangelio: “ustedes son la luz del mundo, ustedes son la luz del mundo. Que sus obras brillen ante los hombres”… Sea esa luz y aliméntese de la Luz, de la Luz Eterna que es Jesús e ilumine el acontecimiento, el mundo, la vida… este mundo de tinieblas tiene que dejar de ser mundo de tinieblas y ser el mundo de la luz… si usted es un hombre de luz, una mujer de luz, este mundo será de luz, pero si nosotros no somos personas que iluminen con sus obras, este mundo será más de tinieblas, será más negro, más negro… usted lo tiene que iluminar con sus obras, ilumínelo.
Cuando analizamos lo que nos pasa pues, a veces nos ponemos tristes, por lo que pasa en nuestra ciudad, por lo que oímos que está pasando, por los reclamos, por los gritos, por insultos… por tantas cosas y vamos a nuestros pueblos y miramos la pobreza, la falta de trabajo, las viviendas de nuestros hermanos que a veces decimos: no tienen una vivienda digna… y no la tienen no porque no quieran tenerla sino porque no tienen los recursos y no tienen recursos porque no tienen trabajo. Qué difícil es entrar en unos ambientes en los cuales nosotros descubrimos que hay mucho olvido en nuestros pueblos y con nuestras gentes. Nos hemos olvidado y todos tenemos que pensar qué hacer con ellos y cómo ayudar y cómo motivarnos todos para que los oaxaqueños estemos mejor, vivamos mejor.
No podremos dar recursos porque no tenemos, pero sí podremos dar ese cariño, ese amor, esta vivencia de paz, de vivir reconciliados, de vivir fraternos, de ser solidarios y aunque sea manifestar la solidaridad en el interés que ponemos de entrar en diálogo con nuestros hermanos, en un diálogo de respeto, de escucha y de juntos luchar por salir adelante.
Pero, a veces, cerramos los ojos, nos tapamos los oídos y cerramos la boca y todos nuestros sentidos no los ponemos a trabajar, ignoramos lo que pasa a nuestro alrededor porque decimos: a mí lo único que me importa es mi vida y ahí averígüensela los demás… no, señor, nos debe importar la vida de nuestro hermanos, de nuestros hermanos, nos debe importar, y cada quien cumpliendo responsablemente con sus deberes. Me debe importar la vida de mis padres, la vida de los hijos, la vida de los hermanos, la vida de los compañeros de trabajo, la vida de los miembros de la iglesia, me debe de importar, si no, cómo vamos a vivir la alegría, la felicidad que quiere Dios que haya en nosotros.
Descubramos esa presencia, alegrémonos porque estamos cercanos a vivir el acontecimiento de la Navidad, en una forma distinta este año. No vamos a poder reunirnos como nos reuníamos antes, porque estamos peligrando todos., Cada quien en su casita vivirá este acontecimiento y ya habrá momentos para vivirlo juntos, pero este año creo que no debemos hacerlo. Una llamadita, un mensajito, una palabra, desde lejos, tal vez, pero hasta ahí, nada más, no tenemos que ir al encuentro, no tenemos que juntarnos todos porque lo debemos evitar por toda la situación que vivimos.
Pues que Dios nos ayude a alegrarnos a pesar de todo eso y a recibir el regalo que nos da Nuestro Padre Dios, el de su Hijo Jesucristo. Ese es el Gran Regalo, el Hijo de Dios que viene a nosotros, que toma nuestra naturaleza y se hace hombre.
Vivamos, pues, estos días, preparándonos en esta semana para seguir abriendo nuestro corazón y enderezando nuestros pasos y caminos para siempre vivir por el camino de Dios.
Que así sea.