SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO

6 DE DICIEMBRE DEL 2020. Hay varias frases en la Palabra de Dios que, a mí, se me han quedado grabadas al escucharlas de nuevo: “consuelen, consuelen a mi pueblo”…

Vivimos un momento donde, a muchas familias, les hace falta nuestro consuelo. Que les llevemos una palabra de aliento, una palabra de esperanza, porque están cargados de mucho sufrimiento, de mucho dolor.

Miembros de familia que han ido terminando su vida, a causa de la pandemia. Más de cien mil, nos dicen, han muerto. Y todas esas familias necesitan consuelo. Tal vez nosotros no vamos a llegar hasta ellos, pero los podemos consolar en Dios. En Dios los podemos consolar, porque Él sí puede llegar a ellos. Tú háblale a Dios, dirige tu pensamiento a Dios y dile lo que tú quisieras decirle a tu familiar, que vive lejos y que hoy está triste.  ¿Con qué palabras le levantarías el ánimo?, dile a Dios para que Él le inspire y le conceda la Gracia de animarse, de sentirse consolado a través de tantos detalles de la vida.

Pero, si tú puedes, si tú puedes… háblale. Hoy podemos enviarle un mensajito. A mí me han dicho tanta gente: “Monseñor, mande un mensajito, mande un audio a esta persona, a esta familia, a estos hijos que están sufriendo. Dígales algo, porque murió su ser querido o porque está muy grave en el hospital. Dígales algo. Llénelos de esperanza”

Y, tal vez a ti te han dicho lo mismo, y te has puesto a escribir algo, dos o tres frasecitas, a grabar algo y has hecho llegar tu mensaje, tu palabra y tal vez les has dicho: “estarás en mi oración, seguiré pidiendo por ti”.

“Consuelen, consuelen a mi pueblo”.

No seamos insensibles ante todo este sufrimiento y ante todo este dolor. No concluyamos diciendo: “pues ya les tocaba… pues ya les tocaba”.  Les tocó a ellos y decir: “Bendito sea Dios que, a mí, no me tocó”… ¡no!, ¡no, así no! Así no consolamos, así creo que causamos sufrimiento, herida, porque luego le vamos pegando cosas: “ya les tocaba. Eso merecían por andar para arriba y para abajo. Por no cuidarse. Por no esto, por no aquello”

Creo que esas palabras salen sobrando. Esas expresiones, esos juicios salen sobrando. Esos no consuelan. No consuelan.

Tenemos que consolar. Aprendamos de la ternura de Dios. Hoy, la Palabra también nos dijo eso, que Dios tiene una ternura para nosotros, sus hijos… ¿por qué no somos también nosotros así? Con una vivencia de ternura, de amor.

Este mundo necesita de esta ternura. Se ha vuelto frío, insensible. Y tú y yo tenemos que calentar este mundo, y llenarlo de esa ternura y de ese amor, de ese amor divino.

Hacemos mucho bien cuando nosotros tenemos esa ternura en el corazón y la demostramos a través de actos concretos en favor de los demás. ¿Por qué no aprender de Dios? De ese Dios que tiene paciencia, como nos dice el Apóstol. Nos sigue teniendo paciencia a pesar de nuestras debilidades, a pesar de nuestras miserias y nuestros pecados, nos sigue teniendo paciencia.

¿Por qué tú te desesperas? ¿por qué ustedes, como padres de familia, se desesperan con sus hijos? Y tal vez me digas: “pues venga usted, a ver si los soporta un rato. Venga, para que vea. Venga, para que vea como son y, yo creo que si ve como son, ya no va a decir tantas cosas ahí, en el micrófono, porque no tenemos paciencia nosotros, los padres de familia con nuestros hijos”.

Si Dios ha sido paciente, y si Dios te invita a ti y me invita a mí a ser pacientes, ¿qué nos hace falta? ¿será imposible ser pacientes? No, no es imposible, es posible.

Practica la paciencia y vas a tener la virtud. Domina tus pasiones, muérdete la lengua para que guardes un silencio y puedas escuchar tranquilamente a tu hijo y, ya cuando estés más calmado, más tranquilo, puedas hablarle al corazón porque ahorita estás furioso y no debes hablar a tu hijo furioso porque solamente lo vas a provocar y le vas a causar heridas… sé paciente.

Dios nos tiene paciencia. Nos hemos equivocado tanto en la vida que, a pesar de todos nuestros errores, ahí está Dios, con la paciencia, esperando… esperando a que regresemos.

Y, hoy, el profeta Juan nos invita a enderezar nuestros pasos, a allanar el camino, a mirar que este camino tiene que llegar hasta el Señor, hasta nuestro Salvador. ¿Por cuál camino vas, por el que te lleva al Salvador o por el que te aleja del Salvador?  ¿Por el que te aleja de nuestro Dios o por el que te acerca a Dios?

El profeta Juan invitaba al pueblo a la conversión. Todavía es tiempo, y a nosotros nos invita el profeta, en este Adviento, a enderezar nuestros pasos, a ir por ese camino, por ese camino que nos ha señalado el Señor, por un camino recto.

Tú tienes que ser un hombre o una mujer rectos ¡siempre recto! derecho.

En cualquier servicio que desempeñes… recto como esposo y esposa; recto como padre, como madre; recto como hijo, como hija; recto como hermano; recto como amigo; recto como servidor; como servidor público; como servidor de aquí, de allá; recto como obrero… ¡siempre recto! y, a nosotros, los hijos de Dios, no nos queda ser personas que no son rectas, que no son responsables, que no son derechos… ¡no nos queda! ¡no nos quiere Dios así! ¡nos quiere rectos! Y nos va a dar la Gracia para que seamos rectos.

Disponte a recibirla, pídela, ábrete… ábrete a esa Gracia, ábrete a esa misericordia. Sé sincero contigo mismo. No digas que tú eres una persona recta, porque no lo eres. Ni tú ni yo somos perfectos. Nadie, en nuestro entorno, es perfecto. Todos estamos luchando para ser lo mejor en la vida y debemos de tener siempre esa actitud de conversión, de ser mejores.

Cuando descubramos que algo no está bien, dile a Dios que te ayude para evitarlo y verás que te va a ayudar. Sentirás Su Fuerza, Su Gracia, Su Auxilio y tú podrás salir adelante.

No termines diciendo: “es un imposible, yo no puedo”… No te derrotes, tú tienes que ser un triunfador, un victorioso. Tú vas a salir adelante, de eso tienes que convencerte pero, para eso, se necesita descubrir nuestra miseria, nuestras debilidades, nuestra pobre fuerza y mirar la Fuerza Divina y acudir a quien es fuerte en todo y está dispuesto a ayudarnos para que nosotros podamos mejorar en la vida.

Acude a Dios y sé siempre un profeta, un profeta. Desde el día de tu Bautismo eres profeta. Habrá momentos en que seas la voz de un nuevo Juan El Bautista, que le dice a alguien: “hay que enderezar la vida, vamos medio chuecos”

Ustedes, padres de familia, son ese Juan Bautista en su casa, una y otra vez tendrán que estar, ahí, con sus hijos para que de nuevo tomen el camino, enderecen sus pasos, y el día que alguien sea el Juan Bautista que te habla a ti, recibe ese mensaje y responde. No vayas a responder diciendo: “no te metas en mi vida, yo sabré lo que hago”… así no se le responde a Juan El Bautista… ¡no!, así no queremos que nos responda alguien cuando queremos ayudarlo para que piense lo que está haciendo, para que mejore en su vida… no esperamos que nos diga eso.  Esperamos que nos diga: “te agradezco que te preocupes por mí. Pide por mí y voy a hacer un esfuerzo por mejorar, por evitar esto”… ¡Ah! Esa reacción debes tener tú, porque es muy fácil decir: “a mí déjame, yo sabré lo que hago. Allá cuida tu vida y deja mi vida” y no sé qué cuántas cosas decimos… No soportamos a un Juan Bautista.

Si no soportamos a un Juan Bautista, ¿cómo puedo ser yo un Juan Bautista para mi hermano? ¿cómo?

Tenemos que motivarnos y corregirnos juntos y enderezar nuestros pasos.

Pues que Dios nos ayude. No te olvides de consolar, no te olvides de tener ternura. No te olvides que Dios es paciente contigo y que tú tienes que ser paciente con los demás. No te olvides que hay que convertirnos y hay que prepararnos y hay que ir por ese camino para tener ese encuentro con el Dios Niño que nacerá en Belén.

Que María, nuestra Madre, nos siga ayudando.  En estos días vamos a celebrar Su fiesta de Inmaculada Concepción. Su fiesta de la Bienaventurada Virgen de Guadalupe y, en seguida, de Nuestra Señora de la Soledad.

Somos muy Marianos en nuestro Oaxaca. Amamos a María, pues hablémosle como hijos y recibamos las Gracias que Ella nos va a alcanzar a nuestro favor, porque va a hablarle a Su Hijo Jesucristo por nosotros, para que podamos ser esos verdaderos hijos de Dios que van por ese camino recto, siempre buscando agradar a Dios.

Que así sea.

Compartir