DOMINGO DE LA XXXI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
1 DE NOVIEMBRE DEL 2020. A lo largo de los siglos, nuestra Iglesia católica, la Iglesia que Cristo fundó, ha declarado solemnemente a algunos con el nombre de Santos. Los ha proclamado Santos.
De nuestro país tenemos un buen grupo de hombres y de mujeres declarados Santos por nuestra Iglesia.
Miles de hombres y de mujeres están en los altares, para ser venerados, para conocer su vida, cómo vivieron ellos el Evangelio. Cómo se entregaron al sevicio de Dios y de sus hermanos. Qué podemos aprender de ellos como respuesta a la llamada que Dios hace a todos los hombres y mujeres a ser santos.
Hoy, en esta festividad, en el primer día del mes de noviembre, la Iglesia celebra a todos los santos, a todos los que están en la Iglesia triunfante.
Ya pasaron por la Iglesia que peregrina, tal vez pasaron por la Iglesia purgante. Ahora están en la Iglesia triunfante, contemplando por toda la eternidad a Dios, a Dios que es Padre, que es Hijo y que es Espíritu Santo. Al Dios uno y trino. Y unidos al coro de los ángeles, están ahí todos, alabando y bendiciendo a Dios por toda la eternidad.
Esa es la Gran fiesta que hoy celebramos.
Y, tal vez, usted esté pensando: en esa Iglesia triunfante que canta a Dios, está mi padre, está mi madre, está mi hermano, está mi amigo. Están tantas y tantas personas que yo he conocido a lo largo de mi historia, de corazón bueno, llenos de bondad, y que fueron dichosos en el peregrinar por este mundo. Que estaban llenos de esa pobreza de espíritu, como dice hoy Nuestro Señor. Abiertos siempre a la obra salvadora de Dios en su persona. Desprendidos de todo para poderse llenar de Dios y, llenos de Dios, darse a los demás.
Ahí está porque, a lo largo de su vida sufrió y aceptó el sufrimiento y lo ofreció a Dios y de eso soy testigo. Supo sufrir, supo estar unido a la pasión salvadora de Nuestro Señor, aceptó en todo momento la voluntad de Dios y no renegó de su sufrimiento.
A veces lloraba, lloraba por su dolor, pero a la vez decía: Gracias, Señor, encontré misericordia, compasión, una limpieza interior. Una limpieza en su mente y en su corazón. Tiene que estar viendo a Dios… mi padre, mi madre, mi hermano, mi amigo, que tenían estos sentimientos y estas actitudes, están viendo a Dios. Sufría ante las injusticias, de las cuales era testigo, no estaba de acuerdo en tantas y tantas injusticias, en tantos y tantos desprecios, en tantas y tantas humillaciones. Le dolía todo eso y luchaba para que no se presentaran en su entorno, en su familia, con su gente.
Y enseñaba, enseñaba eso, a luchar, a practicar las virtudes, a buscar a Dios, a servirlo, a ser fieles en el cumplimiento de los deberes, a ser siempre responsables.
Y tenía sus momentos de intimidad con Dios y todo lo hacía para Gloria de Dios.
Por supuesto, creo que está ahí… ahí con Dios.
Tal vez eso es lo que usted esté pensando ahorita, al recordar a los santos, en ese grupo, en esa multitud inmensa que decía el Apocalipsis en la primera lectura: multitud inmensa que nadie puede contar, con vestiduras blancas, ahí está… ahí está, entre ellos, en esa multitud inmensa y, desde allá, intercede por ti, porque quiere que un día vayas a la contemplación, a la felicidad plena y ¿cuál es la felicidad plena? La felicidad plena es ver a Dios, ver a Dios.
Por eso, cuando en tu caminar y en tu peregrinar por este mundo eres capaz de ver a Dios en la personas de tus semejantes y haces algo por él, tú tienes una gran felicidad, eres feliz.
Serás feliz en plenitud cuando dejes este mundo, cuando te vayas a la otra vida, cuando te vayas a la Eternidad, porque allá tendrás un cuerpo glorificado, como el de Nuestro Señor.
Pero, mientras, quiero que seas feliz, dichoso y ya Nuestro Señor Jesucristo nos ha dicho cómo se es feliz. El buscar las cosas no nos hace felices, a veces nos vacía de todo.
El buscar alabanzas no nos hace felices porque a veces sentimos que esas alabanzas salen de unos labios que no son sinceros. Que nomás nos dan por nuestro lado, que nos tocan el orgullo y la vanidad.
Sé dichoso viviendo en el silencio, pasando desapercibido, en la humildad de corazón, en la pobreza de espíritu. Te digo, vaciándote de todo para que te llenes de Dios. Sólo vaciándonos nos llenaremos de Dios. Haz a un lado sentimientos para que se anide el AMOR. Dios es AMOR.
Que Dios venga a ti y se anide.
Que busques vivir el Evangelio, con todas sus consecuencias pero un Evangelio completito, no lo que te agrada, no lo que te gusta. También lo que te mortifica. También esa partecita del Evangelio tienes que vivirla porque, si no, no estás viviendo el Evangelio en plenitud.
Sé una persona con intenciones buenas, nunca quieras sacar ventajas, nunca quieras aprovecharte de tus servicios y de tus puestos. No te aproveches de eso. Si te han elegido o Dios te ha llamado para servir, sé un gran servidor, no seas un aprovechado porque, entonces, estás desaprovechando la oportunidad que Dios te da de hacer algo por los demás, porque solamente estás pensando en qué te aprovechas tú de la encomienda que te han hecho, del cargo que te han dado, de la autoridad que tienes.
Pensaría aquí, nuestros pueblos de este, nuestro Oaxaca, estarían mejor si a través de su historia no hubiera habido tantos aprovechados que dejaron de ser servidores, que dejaron de ser buenos administradores y se aprovecharon del servicio que les había encomendado su mismo pueblo.
Pero no pensemos sólo en los demás, hay que pensar también en nosotros. Yo cómo he vivido mi servicio. Dios un día me llamó a mí al sacerdocio para servir a mis hermanos, y un día me llamó a este Ministerio, de ser un sucesor de los Apóstoles, de guiar y conducir a un pueblo y trato de ser eso. Y siempre pienso: no me debo de aprovechar de lo que soy para alcanzar privilegios. Hay que hacer la fila, como todos. Hay que cumplir con nuestros deberes, como todos y así usted, y así yo, y así él y todos.
Vivamos esa santidad de vida. Aprovechemos.
No se me puede salir de la cabeza mi hermano, Arturo Lona Reyes. No se me sale de aquí. Mi hermano Obispo, tan querido por los oaxaqueños y, en especial, por los que viven en el Istmo de Tehuantepec, por todos los años que compartió la vida en esa parte de nuestro Oaxaca y que el día de ayer Dios lo llamó… Hoy, hoy era su cumpleaños, 95 años cumplía hoy de vida. Ya no los cumplió porque entró a la Eternidad y ahí ya no hay cumplimiento de años, allá hay una vida para siempre y, al estar leyendo la Palabra de Dios en estos días para venir a celebrar la Eucaristía y, más, ayer y hoy que estuve leyendo los textos, las bienaventuranzas, las aplicaba a mi hermano, Arturo. Don Arturo, Tata Obispo.
Conviví con él. Pude entrar a ese corazón de un hombre de Dios, porque así lo veía y así lo sentía. Pude amar a ese hombre, Obispo. Y me dejé amar por él. Me quería mucho, y me lo decía, cuando hablaba con él: “te quiero mucho, te quiero mucho. Dios te bendiga, Dios te ilumine. Que te llenes de Su Espíritu para servir al pueblo oaxaqueño, tan necesitado de entrega y de pastores”. “No te creas tan grande”, me decía, “eres mi Arzobispo, pero no te creas tan grande. Sigue siendo humilde y sencillo, no tienes por qué creerte. Y ve al encuentro del pueblo, y convive con ellos y entrégate de lleno a su servicio”.
No perdía el tiempo para aconsejarme, para motivarme, y sentía que era muy feliz, tanto él y yo de poder entrar en un momentito de un saludo, de un diálogo. Unos pocos días antes de que se agravara pude hablar con él y me dijo: “aquí estoy, aquí estoy, aquí me tiene Dios todavía”.
Pienso que mi hermano está con Dios, mi hermano está en el cielo, porque pobre de Espíritu, misericordioso, un luchador siempre preocupado por la justicia, por los derechos humanos, defendiendo a los pueblos originarios. Misericordioso, con una limpieza en su interior. Tiene que estar con Dios. Perseguido a causa de la justicia, por defender las causas justas, perseguido. Una vida de Evangelio en su persona. Que Dios lo tenga en su gloria.
Ojalá y estos ejemplos que tenemos en nuestros pueblos de tantas personas santas, nos motiven a nosotros para que podamos decir: “si él está viviendo santidad, yo también tengo que vivir santidad porque mi hermano me quiere santo. Porque ese es el querer de Dios, que tú seas santo y que yo sea santo.
Que así sea.