XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

25 DE OCTUBRE DEL 2020. Espero que el Evangelio que hoy escuchamos, resuene agradable en sus oídos y esté bien firme en su corazón, porque el Señor nos acaba de recordar qué tenemos que hacer en la vida. Los que peregrinamos por este mundo vivimos a vivir el amor, y su preocupación tiene que ser AMAR.

Preocúpese por AMAR.

En primer lugar, no se olvide de que usted tiene un creador. Es DIOS.

Y lo primero que tiene qué hacer es AMAR A DIOS. Lo aprendió desde pequeño: AMAR A DIOS.

No deje de amarlo.

Si yo le preguntara a usted, ahorita, y me pregunto a mí mismo: “¿amas a Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser?”, ¿qué le respondería?, ¿le respondería: sí, Señor, te amo, así como me lo dices”?… lo felicito, porque en su corazón están todas las personas. Y usted está haciendo felices a todas las personas con las que se encuentra, porque el que dice amar a Dios con todo su corazón, con toda su mente, con todo su ser, está haciendo lo mismo con todas las personas, porque el Señor Jesús, al responder a la pregunta que le hicieron, a Él sólo le preguntaron cuál es el primero, el primero y el más grande de los mandamientos, y su respuesta: “el primero es este”, pero no se quedó callado, continuó su respuesta: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Entonces, aquí entran en juego tres amores: el amor a Dios, el amor a mi prójimo y el amor a mí mismo.

Si usted me dice que está amando a Dios con todo su corazón, con toda su mente, con todo su ser, le agradezco que me ame a mí… le agradezco que me esté amando a mí. Gracias por amarme, gracias por valorarme, gracias por respetarme, gracias por amar a Dios en mi persona, se lo digo de corazón.

Pero también quiero que se lo diga a usted, los que viven en su entorno, en su familia. Los que viven junto con usted, en su trabajo, en su oficina, en su taller, en su comunidad, en su pueblo. Bendito sea Dios que esas personas que le conocen a usted, que conviven con usted, que se encuentran con usted, reciben su amor y son felices al sentirse amados por usted.

Y, usted, ¿se ama también y se acepta como es, con sus miserias, con sus debilidades, con sus imperfecciones? ¿se acepta como es?, ¿no se rechaza?, ¿ha sabido aceptarse?, ¿ha sabido amarse?, ¿ha sabido valorarse y está cuidando su vida?

Por amor, cuida su vida. Por amor, no se destruye, no se hace daño. Por amor, cuida su salud, por amor cuida sus pensamientos, por amor cuida sus sentimientos, porque se ama.

Y por amor sabe aceptar a la persona, la sabe valorar, le tiene misericordia, le tiene paciencia, le tiene caridad, le tiende la mano, comparte su dolor y su sufrimiento. Es sensible, en usted hay humanidad porque está presente el amor.

Pero, ¿qué está pasando? ¿por qué tanto sufrimiento? ¿por qué tanta desilusión en las personas? ¿por qué decimos que Dios no nos ama? ¿por qué le reclamamos a Dios que no nos ama? ¿por qué ese sentimiento con Dios?: “a mí no me amas. A mí no me escuchas. A mí no me concedes lo que yo te pido”.

¿Pues no que ama a Dios con todo su ser, con todo su corazón, con toda su mente? ¿Por qué los reclamos a Dios? Entonces no lo ama. Está dudando del Amor Divino hacia su persona. Está dudando. Qué triste es que dude.

Si duda del Amor Divino hacia su persona, con facilidad va a dudar del amor de los demás hacia usted y, por eso, se vuelve un egoísta. “Nadie me quiere, nadie se fija en mí, no cuento para nadie” y se encierra, se encierra en sí mismo y comienza a dañarse en su salud y, a veces, se hunde en el vicio, porque ahí quiere encontrar… no sé, no sé que quiera encontrar.

No dude del Amor Divino, para que usted se sienta amado por Dios y corresponda a todo ese Amor Divino, amor infinito, de parte de Dios a su persona y, usted, por amor a Dios, vaya al encuentro con los demás, y los ame.

¿Por qué tantas injusticias? ¿por qué nos queremos aprovechar de los demás? ¿por qué los humillamos? ¿por qué somos tan injustos, a veces?

Todo eso dice que no amamos. El apóstol dice que, si decimos que amamos a Dios, a quien no vemos, somos unos mentirosos, porque estamos dejando de amar a nuestro prójimo.

Dios no miente. Dios ama.

Y usted tiene que amar, y Nuestro Señor nos dice: un amor extraordinario. No cualquier amor. De ti quiero un amor extraordinario, que alcance hasta a los enemigos.

Ese es el amor que yo espero de ti.

Usted, en ciertos momentos, tal vez le falla a Dios, se vuelve enemigo de Dios y quiere seguir experimentando Su amor y Misericordia y se lo pide. Eso mismo aplíquelo a su prójimo cuando comete un error contra usted. Cuando hace una ofensa a su persona, aplíquelo.

Si quiere el Amor Divino en ese momento en que usted ha fallado, experimentarlo, también ese hermano que falló quiere experimentar su amor, su Misericordia y el perdón.

Cuando nosotros experimentamos el perdón y la misericordia divina, experimentamos mucha paz y nos alegramos en nuestro interior.

Alegre, alegre al prójimo, aplíquelo allá, para hacernos merecedores de lo que necesitamos de Dios y de lo que le pedimos a Dios.

Amar a Dios con todo el ser, con todo el corazón y con toda la mente es la tarea de todos nosotros. Cambiemos este mundo, hagámoslo más humano, más humano, más sensible. Nos toca a cada uno de nosotros hacerlo.

Ámese usted, valórese. Usted es grande ante los ojos de Dios. Cuide su persona, crezca en las virtudes. Alégrese por lo que es y por lo que hace, aunque sea lo más humilde… lo más humilde. Alégrese por ello.

Si usted piensa que sólo son grandes e importantes los que tienen autoridad, los que tienen dinero, los que tienen títulos, esos son los grandes… pregúntele a Nuestro Señor quiénes son los grandes y le va a decir: “el que quiera ser grande, que sea el último y servidor de todos. Ese es grande y usted es grande porque es un servidor. Sirve a su familia, sirve a sus amigos, sirve a las personas, ahí está su grandeza.

El que quiera ser le primero que sea el último y servidor de todos.

Pues que Dios nos ayude en esta semana a vivir intensamente esto y que siempre recordemos que lo primero que hay qué hacer es AMAR A DIOS, AMAR A NUESTRO PRÓJIMO y AMARNOS A NOSOTROS MISMOS.

Que así sea.

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