XXIX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
18 DE OCTUBRE DEL 2020. Con mucho respeto, hemos escuchado la Palabra de Dios. Se h proclamado de nuevo, en este recinto sagrado de Nuestra Iglesia Catedral, el Mensaje Divino.
Lo hemos escuchado con fe. Vamos asimilándolo un poquito, porque no podemos nosotros, aquí, en este recinto, agotar todo lo que nos dice Dios y, es que, a cada uno de nosotros, en lo personal, Dios nos habla, y según las situaciones que vivamos, podemos destacar, cada uno de nosotros, ciertos aspectos de la Palabra Divina.
Supongo que, para usted, que es una persona de fe, sólo hay un Dios. No hay más dioses, sólo uno y usted lo conoce muy bien. Ese Dios, que le ha dado la vida, que lo bendice, que lo protege, que es providente, que lo auxilia en sus necesidades, que le regaló su Espíritu, que lo alimenta con su cuerpo y con su sangre, que es Misericordioso con usted, que es bondadoso. Que le perdona y olvida para siempre sus pecados, que lo va acompañando en la vida y no lo deja solo. Que vive en usted, que está presente en su hogar, en su trabajo.
Todas esas presencias de Dios y esos signos de que Él existe, no nos deben de llevar a tener dudas, ni en nuestra mente ni en nuestro corazón.
No pierda su fe, no pierda su confianza en Dios, aunque tenga infinidad de pruebas. Aunque haya muchos momentos difíciles en la vida. Aunque se la esté pasando usted en una súplica constante, dúa y noche, no desmaye, no desconfíe, no deje de hablarle a Dios, no deje de bendecirlo, de alabarlo, de darle gracias y de decirle: “estoy necesitado, necesito de Ti”.
Pero, también, cumplamos con nuestros deberes, con nuestras responsabilidades. Vivimos en una sociedad que se ha organizado, así nos ha tocado a nosotros vivir en esta sociedad y aquí tenemos que cuidar los signos de la presencia de Dios.
Usted tiene responsabilidades y yo también las tengo. Por su estado de vida y por su vocación, usted sabe lo que debe de hacer y qué no debe de hacer. Como miembro de una sociedad que está organizada sabemos qué está permitido y qué no está permitido.
En este momento que vivimos, cómo nos ha costado trabajo entender que tenemos que cuidarnos y en algunos momentos decimos: “esto no es cierto, esto es mentira, esto es un invento, nos quieren hacer daño, nos quieren acabar, no te creas, no es verdad”… Y creemos, cuando vemos un ser querido que se está muriendo, que tiene todas esas reacciones en su cuerpo, que no puede respirar, que no puede valerse por sí mismo, que tenemos que ir en busca de ser atendidos. Hasta entonces empezamos a creer tantito en esta famosa pandemia.
Pero, hasta el día de hoy, después de tantas cosas que han pasado y de tantas que estamos pasando sigue habiendo personas que dicen: “no es verdad”. Y por más que nos dicen que nos cuidemos, que andemos así con cubrebocas y en sana distancia y todo esto, qué difícil, qué difícil para los que están en una rebeldía.
Si nos ponemos frente a Dios, ¿que nos dirá? Hoy, el Evangelio nos habla de una vivencia que tuvo Nuestro Señor. Los escribas, los fariseos, los seduceos, los del partido de Herodes… había un grupo de personas que atacaban y atacaban y atacaban a Nuestro Señor. Querían enredarlo. Querían hacer que cometiera errores, que se equivocara, que dijera palabras para poderlo acusar y le ponían trampas, de una forma y de otra.
Hoy le hacen una pregunta, el pueblo de Israel, en una rebeldía para pagar el tributo al César porque lo veían injusto, como hasta el día de hoy tal vez vemos injustas muchas de nuestras leyes, vemos a veces injusto que se nos cobre esto, que se nos cobre aquello, que tengamos que pagar de todo, hasta por respirar. También oiremos injusto todo esto. En aquel tiempo se veía mucho más y esperaban que Nuestro Señor dijera: “no, son una bola de injustos porque hay que pagar”… no, Nuestro Señor no dijo eso: “enséñenme la monedita, enséñenme ese famoso tributo, ¿de quién es esa figura?, del César… ah, pues denle a él lo que le pertenece y a Dios lo que le pertenece”.
Tenemos que cumplir con esos deberes y aquí tendríamos que decir, ojalá, ojalá y estas leyes de impuestos sean justas, sean justas, que paguen los que tienen que pagar y que no exijan que paguen otros que no tienen y que no pueden, que a veces no tienen ni para comer y tienen que pagar. Ojalá y esto se pudiera de alguna forma pensar, reflexionar donde son los espacios de reflexión.
Pero sí tenemos que cumplir todos nosotros.
En esa monedita estaba la figura del César.
Quisiera que nos preguntáramos, ¿en dónde está la imagen de Dios? ¿quién es la imagen de Dios?
La imagen de Dios es usted, usted. ¿Acaso no dice la palabra de Dios que fuimos creados a su imagen y semejanza?
Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Si usted es una imagen de Dios le pertenece a Dios, ¡es de Dios!. Él es su creador, usted depende de Él y usted no es el que decide sobre su vida. Es Dios el que decide en qué momento nace y en qué momento muere. Y, a veces, esta humanidad nuestra se apropia derechos que no tiene y, por eso, somos capaces de decir: “este tiene derecho a nacer y este no”. “Este tiene derecho a seguir viviendo, este ancianito tiene derecho a seguir viviendo y este no, porque esta ya es un estorbo. Sólo estamos gastando en él. Ya, hay que darle una muerte digna, una muerte digna pero ya hay que darle muerte”.
A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. Ese ancianito es de Dios, usted no es su creador. Ese niñito que no ha nacido es de Dios. Usted no es quien dice “sí” o quien dice “no” para que nazca.
Usted dice que tiene derechos sobre su cuerpo, y ahí está un ser completamente distinto, aunque esté dentro de su cuerpo. Es otro cuerpo, es otro ser que tiene los mismos derechos. Es otra imagen y semejanza de Dios que se está formando como usted se formó, como usted se formó. No de una forma distinta.
Su madre no anduvo con ese problema de que si nacía o no nacía. Su madre le dijo a Dios: “gracias porque me bendices con un hijo, porque para mí, un hijo es una bendición y Tú me vas a ayudar a sacarlo adelante”
Usted, si es llamada a ser madre, bendiga a Dios porque, ser madre es una gran bendición y cuide esa nueva vida y deje que el Creador haga Su Obra en su vientre, y forme una nueva vida que, el día de mañana va a ser el motivo de seguir amando y de realizarse como mujer, como esposa, como madre.
Bebamos de la fuente de la experiencia que son nuestros ancianitos. Aprendamos de ellos, cómo lucharon, cómo se enfrentaron a la vida y cómo salieron adelante. Y no queramos eliminarlos porque estamos gastando de más en ellos y ya no les sacamos fruto a sus personas.
Mi viejito, mi viejito, mi ancianito, mi abuelito, mi abuelita… son de Dios… no son suyos, son de Dios.
Sacrifíquese por ellos, siga desgastándose por ellos, no los abandone, déjese amar por ellos y llene ese corazón, en los últimos años de su vida, del amor de un hijo, del amor de un nieto, pero que nunca sea su abuelito un estorbo, sino que siempre vea la figura de Dios y la bendición de Dios en esos seres queridos.
Nuestros pueblos de Oaxaca están llenos de abuelitos, ¿vamos a acabar con ellos? ¡No!, vamos a cuidarlos, vamos a decirle a Dios que los bendiga, porque ellos son la imagen de Dios. Vamos a hacer tantas cosas por ellos, vamos a sacrificarnos por ellos, porque a Dios le debemos eso.
Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
Dale a Dios tu amor en cada una de esas personas. Dale a Dios la Gracias de tener la vida, cuidando la vida que no ha nacido y que para ti va a ser una bendición.
Ya lo verás que va a ser una bendición.
Que sigamos descubriendo el rostro de Dios y la presencia de Dios, tan cercana en nuestra vida y que sepamos ser respetuosos de Dios en todo momento y en toda circunstancia.
Que así sea.