DOMINGO DE LA XXV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
20 DE SEPTIEMBRE DEL 2020. Recojamos en nuestro interior la Palabra Divina, donde nos dice Dios, a través del Profeta: “mis pensamientos no son sus pensamientos, mis caminos no son sus caminos”, y en el Evangelio descubrimos el pensamiento de los hombres y el pensamiento de Dios en la figura de aquel propietario, que invita a trabajar a su viña, en cinco momentos del día va y busca trabajadores para su viña. Sólo con los primeros les dice cuánto les va a pagar. Ve a trabajar a mi viña y te voy a pagar un denario. Sólo a ellos les dijo lo que recibirían de pago por la jornada de trabajo.
A los segundos les dijo: “te pagaré lo que sea justo” y, a los demás, sólo les dijo: “a trabajar a mi viña, no deben estar ociosos, vayan a mi viña”.
Responden todos, van a la viña, van a trabajar.
En el momento de recibir la paga, hubiera sido muy fácil para el propietario pagarles a los primeros y que se fueran, con su denario en la mano, felices de la vida, porque en eso había quedado el propietario: “les voy a dar un denario” pero no lo quiso hacer así. Comenzó a pagarles a los últimos, a los que solamente trabajaron, dice, una hora, un ratito nada más y recibieron su denario y, los demás, que llegaron a otras horas, recibieron su denario. Todos recibieron un denario.
Los que se molestaron fueron los primeros, le hicieron un reclamo, un reclamo al propietario porque les pagó lo mismo a todos, y, tal vez la molestia más grande, estaba en que los que trabajaron una hora les pagó muy bien, estaban molestos y le reclamaron al propietario, le reclamaron su bondad. No le reclaman justicia, les parece muy mal su bondad. La bondad que este dueño de la viña tiene para todos, regalándoles, como pago, un denario.
Quisiera que nos preguntáramos si, a lo largo de la vida, nosotros no nos habremos molestado con Nuestro Señor. Ese dueño de la viña es la figura de Dios, que nos da a todos, que nos bendice a todos y que es bondados con todos y que, en ningún momento comete injusticia contra nadie.
¿No nos habremos molestado con Dios por algo que hemos visto que el Señor le da a un prójimo? ¿no le habremos hecho reclamos a Dios porque nosotros hemos hecho esfuerzos día y noche para salir adelante y vemos que el hermano, el vecino, el pariente progresa? ¿no nos habremos llenado de envidia, de celos, haciendo reclamos a Dios porque los ha bendecido?
En lugar de hacer esos reclamos a Dios, ¿por qué no agradecerle lo que Él nos ha dado y que no merecemos, porque todo lo que viene de Dios es inmerecido, es un don, es una Gracia, es una manifestación de Su Bondad, de Su Amor y de Su Misericordia.
Pero, a veces, este corazón nuestro se llena de envidias… envidia que otro progrese, envidia que otro traiga un carrito, envidia que otro arregle su casita, envidia que otro ande más o menos vestido. ¡Ah! Cómo nos llenamos de envidia y miramos con malos ojos lo que nuestros hermanos van logrando y, a veces, hasta hacemos juicios muy temerarios, pensando, diciendo: “sabrá Dios de dónde está sacando tanto dinero este, sabrá Dios de dónde, a lo mejor anda dedicado a negocios sucios”. Empezamos a cavilar y a cavilar.
¿Eso es lo que quiere Dios? ¿eso es lo que nos dice Dios que pensemos de los demás? ¿No será más bien que Dios nos dice que lo alabemos y bendigamos por todos esos signos de bondad que vamos descubriendo?
Usted, ¿ha bendecido a Dios al ver el progreso de su familiar, al ver que ha mejorado, al ver que ha logrado tener una profesión? Los hijos de su hermano son profesionistas, ¿usted se ha alegrado por ello, o el corazón se ha llenado de envidia?
¿Alaba a Dios y bendice por el progreso de su hermano o lo está comiendo esa envidia en su corazón?
No perdamos tiempo anidando en nuestros corazones esto que no es lo que quiere Dios, que no es lo que piensa Dios.
A usted, Dios le ha dado y le ha dado en abundancia, a su hermano también, a su vecino también, a su compañero de trabajo, no lo envidie, no viva eso, no se amargue la vida.
Tenemos que alegrarnos, tenemos que disfrutar, tenemos que gozar y tenemos que ser buenos administradores del trabajo.
A cualquier hora Dios nos puede llamar para trabajar a su viña, y habrá momentos en que Dios le diga: ven a trabajar en mi viña porque te necesito visitando a un enfermito, compartiendo de tu pobreza, necesito, quiero bendecirte, quiero darte un denario porque trabajas en mi viña. Ven a trabajar un ratito dedicándole un momento de entrar en diálogo con una persona que, tal vez, está hundido en su tristeza, en su dolor, en su sufrimiento. Yo quiero darte un denario de bendición pero quiero también que tú seas la presencia de mi bendición acercándote a esa persona y animándola y llenándola de esperanza.
En este momento que estamos viviendo, de pandemia, lo que les digo no es posible físicamente, ¡ah! Pero sí me puedo acercar espiritualmente. Sí me puedo acercar. Una palabrita de aliento, un mensajito, una llamadita por el teléfono, usted lo puede hacer. Gánese un denario.
Al terminar la jornada, a media mañana, al terminar el día, gánese un denario de bendición divina, abra su corazón, aliméntese espiritualmente teniendo estas vivencias y verá que será muy gratificante lo que usted va a encontrar.
A mí, a cada ratito me dicen: “un mensajito, Monseñor, para un enfermito, para mi papá”. Por ahí ha habido un periodista que se le enfermó su papá y me dijo: “mándele un mensajito a mi padre” y me llenó de alegría decirle unas palabras.
Me piden a cada rato un mensajito, un mensajito para levantar el ánimo, para enjugar lágrimas. Murió su ser querido y está inconsolable. Grabe un mensajito, escriba algo, y hay que hacerlo.
Le invito a que usted haga eso, hay que ganarnos esos denarios por el trabajo en esta viña del Señor. Lo necesitamos.
En este tiempo necesitamos que nos den mucho ánimo, que nos llenen de esperanza. Los médicos necesitan una palabrita que les ayude a ellos a sentir que Dios los está protegiendo, que Dios los va a sacar adelante y que Dios los va a iluminar y les va a dar mucha fuerza a pesar de su cansancio que están viviendo.
Familias enteras necesitan consuelo, regáleles consuelo. Le repito, esos son los denarios que Dios le va a dar por trabajar en su viña, a la hora que usted pueda, pero hágalo.
Pues que Dios nos siga fortaleciendo, nos siga animando y que no se nos olvide que el dueño de la viña nos busca para llevarnos a trabajar, dejémonos encontrar por Él y, bien dispuestos, digámosle: “aquí estoy” y recibamos los signos de su bondad que son las bendiciones divinas que todos nosotros necesitamos.
Que María, Nuestra Madre, nos enseñe a seguir a su hijo, Jesucristo, a saberlo escuchar y a guardar todo en nuestro corazón y llevarlo a la vida. Que todo esto sea una bendición para nuestros semejantes.
Que así sea.