XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
6 DE SEPTIEMBRE DEL 2020. Me alegra que podamos seguir reuniéndonos con la presencia de ustedes. No hemos dejado de celebrar todos los días la Eucaristía, pero tenemos apenas tres domingos, con este, de vivir esta experiencia de volvernos a encontrar en esta Iglesia Catedral.
A mí me alegra, me llena de gozo porque no es lo mismo estar en un oratorio privado, frente a una cámara, sabiendo que en la casa, como lo están ahorita también muchos hermanos nuestros, participando de la misa, pero siempre, la presencia de hermanos, es motivante.
Me agrada verlos, gozo, disfruto mirándolos, me motiva su presencia, me alegra, me alegra mi corazón sacerdotal el poderlos ver aquí, en esta Iglesia Catedral, con una reducida presencia de fieles porque así lo dispone nuestra autoridad.
Ya hemos escuchado la Palabra de Dios. Qué importante es que tú y yo nos preocupemos el uno por el otro. No debemos de olvidarnos de nuestros hermanos, no vivimos solos, vivimos entre personas que vibran con los mismos sentimientos, que tienen la misma fe y que buscan agradar a Dios con sus obras, pero también reconocemos nuestras limitaciones, nuestras imperfecciones, y sentimos necesidad de que el hermano hable a nuestros oídos, y nos diga: “qué bien estás haciendo las cosas”. Eso es gratificante.
Papá, mamá, no dejes de hablar al oído de tu hijo todo eso bueno que está haciendo. Motívalo a hacerlo todavía mejor. Que él se dé cuenta que tú estás mirándolo a él, pero no solamente en lo que se equivoca, en los errores que comete, que también te fijas cuando hace las cosas bien. Es necesario que ese corazón de tu hijo sea motivado por ti, lo necesita.
Es necesario que se sienta gratificado y tu palabra de padre o de madre le va a dar esa motivación. “Qué bien estás haciendo las cosas, hijo, qué alegría me da poder mirar y saber cómo piensas, cómo actúas, cómo vives. Gracias, hijo, por vivir así”
Pero, también, no seas una persona que enmudece cuando tienes que hablarle también al corazón, denunciando, corrigiendo y dice el Evangelio: “Si tu hermano peca, ve y corrígelo a solas”. Y, aquí quisiera decirles a ustedes, papás, si tienen varios hijos, no corrijas a tu hijo que se ha equivocado, no lo corrijas delante de sus hermanos, no hagas eso, porque sus hermanos, de retiradito y tal vez a tu espalda, van a estar riéndose de su hermano cuando tú le llamas la atención y eso va a provocar más coraje todavía en él.
Sigue los pasitos del Evangelio, ve a solas con tu hijo, siéntate con él y oriéntalo. Ayúdale a descubrir en dónde estuvo mal, si quieres inicia preguntando: “hijo, ¿crees que lo que hiciste, esto, estuvo bien? Y dime por qué estuvo bien y, si estuvo mal, dime también por qué estuvo mal”
Y háblale con palabras de ternura, no con ofensas, no con palabras hirientes, no con palabras que denigren a tu hijo, que humillen a tu hijo.
¡No! Tu hijo debe ser una persona que está aquí, muy dentro de tu corazón, y que no quieres herirlo sino decirle: “hijo, por amor te digo todas estas cosas”. Que él sienta el amor de papá y el amor de mamá. Y si esto lo aplicamos a nuestro prójimo, que él sienta el amor, como dice la Palabra de Dios. Todo se resume en amar a nuestro prójimo.
Estos mandatos: no cometas adulterio, no robes, no levantes falsos… se encierran en amar al prójimo. Nuestro prójimo tiene que sentirse amado y en el Evangelio, Nuestro Señor nos dice que aprendamos a corregirnos en una vivencia fraterna, en una vivencia de hermanos. Corríjanse a solas.
Salva a tu hermano corrigiéndolo, no te detengas para corregir a tu hermano. Si lo haces con amor, creo que tu hermano te lo va a agradecer, tarde o temprano. A lo mejor en el primer momento te va a decir: “no te metas en mi vida, a ti qué te importa”, como decimos a veces ¿verdad? Pero cuando se habla con amor, tal vez la otra persona no responda así, tal vez nos diga: “te agradezco, te agradezco que te preocupes por mí, que quieras lo mejor para mí. Gracias porque me has advertido esto. Soy consciente de que me estoy equivocando, de que la estoy regando”, como decimos. “La estoy regando, me estoy portando mal. Te agradezco” y que el hermano sienta que es la voz de Dios que habla a su consciencia y que le invita a tener una conversión de corazón.
Sé que no es fácil, no es fácil la corrección fraterna, porque todos nosotros nos sentimos perfectos, que no nos equivocamos, que no cometemos errores, sentimos que hay perfección, otros son los que se equivocan, yo no. A todos nos cuesta aceptar una corrección por ese sentir que nosotros somos muy perfectos.
El único perfecto es Dios. Él nos invita a la perfección pero no somos perfectos. Aceptemos la corrección. Preocupémonos unos por otros. Estemos atentos, seamos capaces de mirarnos y de mirarnos con AMOR y con MISERICORDIA.
Salvémonos.
Interesémonos por los demás. En este momento yo quiero insistir también. Un signo del amor de nosotros a nuestro prójimo es que nos estemos sacrificando poniéndonos el cubrebocas. Poniéndonos esto. Es un signo de amor a mi hermanos, ojalá y así lo entendamos, que no lo entendamos de otra forma.
Entiéndelo, es por amor a tu hermano, por amar la vida de tu hermano. Por respetar la vida de tu hermano. Tendremos que sacrificarnos, así lo quiere Dios en este momento.
Ojalá y así lo entendamos porque necesitamos cuidarnos. Unos y otros. Nos dicen que estamos en amarillo… ¡no! ¡cuídate, dejemos los colores a un lado, cuidémonos!
Amarillo no significa agarrar carrera para todos lados, descuidarnos, y si algún día nos dicen que estamos en verde, no significa descuido ¡no! Tendremos que cuidarnos hoy, mañana y siempre.
Y es un signo del amor.
Ojalá y Dios nos ayude a todos y nos proteja. Cuando nos llega cerquita la muerte es de mucho dolor. Hoy, nosotros como sacerdotes, nos duele la muerte de un hermano, de un hermano nuestro. Tan necesitados de sacerdotes y ahora tenemos qué decir: uno menos.
Desde allá celebrará las Bodas con el Cordero.
Cuando perdemos a un ser querido, qué difícil ese momento.
Que Dios nos fortalezca a todos, nos anime y siempre vivamos con la esperanza, la esperanza de que las cosas van a ir mejorando, de que tú y yo vamos a ser mejores, de que seremos capaces de ayudarnos, de corregirnos, de motivarnos unos y otros.
Seremos capaces.
Todo por AMOR. Por AMOR a Nuestro Dios y por AMOR a nuestro prójimo.
Sé humilde para aceptar la corrección y llénate de humildad para hablarle con amor a tu hermano cuando lo tengas qué hacer.
Ojalá y nosotros, al darnos cuenta de algo que no está bien hecho, lo evitemos… lo evitemos. Pero si tenemos la desgracia de cometer un error y alguien nos corrige, acepta humildemente la corrección y esfuérzate por salir adelante, con la ayuda de Dios.
Que María, Nuestra Madre, nos ayude. Nuestra Señora de la Soledad, a quien le celebramos su Jubileo en estos 400 años.
Que Ella nos alcance gracias, bendiciones en nuestro favor y que todos nosotros nos preocupemos por los demás, siempre pensando en hacerles el bien.
Que así sea.