DOMINGO DE LA XXI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

23 DE AGOSTO DEL 2020. Que ustedes se sientan extraños, espero que no, pero sí sentimos que algo nos hace falta. Yo, por ejemplo, siento que me hace falta ver todas esas banquitas llenas de fieles, como hace veintitrés domingos las veía… llenas de fieles… todas esas capillitas llenas de fieles… sillitas llenas de fieles. Algunos cientos de hermanos nuestros, dentro de esta Iglesia Catedral, los domingos.

Sentimos que nos hacen falta, pero esta realidad que vivimos nos impide y creo que lo hemos ido entendiendo, nos impide. Ya tenemos muy bien grabada en nuestra mente que tenemos que vivir en sana distancia.

Yo disfrutaba tocar su cabeza, bendecir a cada uno de ustedes, hoy no lo puedo hacer. Hoy, no lo debo hacer.  Por usted y por mí, porque lo tengo que cuidar a usted y usted me tiene que cuidar a mí.

Yo disfrutaba saludar, abrazar a mis hermanos, bendecir a mis hermanos así, cerquita… hoy no lo debo hacer. No porque no quiera, sino porque tenemos que vivir así. 

Están mis hermanos periodistas, y aquí quisiera agradecerles, durante todo este tiempo han estado muy al pendiente de lo que dice el Arzobispo en las misas que celebra, principalmente en la misa dominical, pero a veces también en la misa de entre semana, suelen aparecer artículos en los periódicos por la reflexión que yo he hecho allí, en el oratorio de la casa episcopal. Muchas gracias, porque ese darle difusión es llegar con el Evangelio a nuestros hermanos, ese es el campo de ustedes, evangelizar a través de los medios de comunicación. Y, pues hoy se dieron cuenta de que iba a salir el Arzobispo de su cueva, y dijeron, pues vámonos a ver cómo anda, a ver si anda flaco o más gordo, más viejito, vámonos a ver cómo anda este hombre… pues, miren, los veo bien, son los mismos de antes, qué gusto me da verlos y saber que ustedes están al pendiente de lo que decimos y de lo que hacemos y destacan, destacan lo que para ustedes es importante de reflexionar, de seguir reflexionando.

Sé del sufrimiento de nuestras familias. Estos oídos han escuchado: “Monseñor, murió mi papá, murió mi mamá, murió mi hermano. Los cinco miembros de la familia estamos contagiados. 

He oído todo eso. Me llena de dolor, he derramado lágrimas, porque sé del sufrimiento de mis hermanos, porque sé lo que se siente decirle adiós a papá y a mamá, porque yo lo he vivido.

Cuánto dolor ha habido en nuestros pueblos, en nuestras familias, por tener que despedirnos, y entre nosotros han sido unas despedidas de las que no habíamos vivido.

Ya no nos podemos reunir con la presencia del cuerpo de nuestro ser querido. Hay que cremarlo, hay que llevarlo inmediatamente a su tumba. Qué duro ha sido para mis hermanos oaxaqueños tener esta experiencia de muerte, de profundo dolor. Y, a veces, ni se han dado cuenta, porque se muere papá y, al siguiente día, se muere mamá y al siguiente día se muere el hermano, y no supimos de mamá y papá, y no supimos del hermano… ha sido duro, ha sido difícil, han sido tragos amargos, muy amargos los que se han tenido que beber durante estos días, durante estos meses. 

Queremos decirle a Dios: Señor, que ya no haya tragos amargos. Servidores de esta Iglesia Catedral, murieron. Miembros de coros de esta Iglesia Catedral, murieron. Ya no los vemos aquí, ya no caminan en esta Catedral, allá están, con Dios. Allá lo alaban y lo bendicen, y le dan gloria. Esa es la experiencia que se ha vivido. 

Tú y yo nos tenemos que seguir cuidando. Por algo nos tiene Dios aquí, todavía. Y yo siempre digo, si aquí me tiene Dios todavía, es porque no he hecho lo necesario para ganarme la salvación. Todavía tengo que hacer muchas otras cosas más, no es suficiente lo que he hecho. Todavía no me gano el cielo, por eso Dios no me lleva, por eso Dios me da otra oportunidad, para hacer algo que me haga ganar el cielo, porque Él no quiere que yo lo pierda.

Él quiere que yo esté con Él, para eso murió en la cruz, para eso dio su vida por mí, para que un día pueda estar en el cielo con Él. Así como Él está a la derecha del Padre, así Él me dice que quiere que yo esté a Su derecha, y te pueda decir: Ven, bendito de Mi Padre, tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber. 

Hoy, el Señor Jesús nos ha preguntado: “¿quién soy yo para ti?”. A sus apóstoles les dijo: “¿qué dice la gente que es el Hijo del Hombre?”… – “¡Ah! Unos dicen que eres Elías, que eres Jeremías, que eres Juan El Bautista, que eres uno de los profetas”. Hoy, usted tiene más elementos, tal vez: “¡Ah! Tú eres el que nació en Belen, el que nació de María la Virgen, que murió en la cruz, que resucitó, que subió al cielo, que nos envió al Espíritu Santo. Eres Mi Salvador, eres Mi Redentor, eres el Crucificado, eres el Nazareno, eres el hijo del carpintero”.

Podemos decir muchas cosas, pero tal vez Nuestro Señor nos diga: “¿quién soy yo para ti? ¿de veras cala en tu vida Jesucristo? ¿eres capaz de descubrirlo en tu entorno? ¿miras al Señor en la persona de tus semejantes? ¿lo miras ahí, lo descubres, lo sientes, haces algo por Él? ¿lo sirves en la persona de tu hermano, de este necesitado, le tiendes la mano? ¿ese Jesucristo que vive en tu corazón te lleva a tener esas acciones de bendición para los demás? ¿está muy fresco en tu mente el Evangelio y lo llevas a la vida? ¿De veras, Jesús, Salvador nuestro, estoy dejando que me salve, que me inunde con Su Gracia, que me santifique, ¿que me perdone? ¿de veras me dejo que Jesús haga toda su obra en mí? ¿y yo hago la obra del Señor entre mis hermanos?

Hoy, tenemos que dar respuesta. Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Esa fue la respuesta de Pedro. Que también nosotros tengamos una respuesta y que el Señor vea que esa respuesta que damos está ahí, en nuestras obras, en nuestra vida diaria, en el compartir con nuestros hermanos, en el sufrir con ellos, en el alegrarnos con ellos, en ir creciendo a virtudes en perfección y gracia.

Demostrémosle al Señor que verdaderamente es importante en nuestras vidas. Que si estamos marcados con ese signo de cristianos, es porque conocemos su Evangelio y porque lo vivimos y lo vivimos completito, no nada más lo que nos conviene. También lo que nos cuesta vivir lo vivimos, porque decimos: “El Señor está conmigo. La fuerza de Su Espíritu está en mí y me lleva a realizar estas acciones”.

Pues que Dios nos bendiga en esta semana. Démosle gracias porque podemos celebrar con presencia de fieles, con su presencia. Démosle gracias.

Me alegra todo eso. Bendito Dios y, a seguir disfrutando de nuestro trabajo, de nuestra convivencia, de todo lo que hacemos ahí, en nuestro hogar.

Que así sea.

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