HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

16 DE AGOSTO DEL 2020. Me conmueven los textos de la Palabra de Dios porque siento que nuestro pueblo así le habla a Nuestro Señor, manifestando su dolor, su angustia, su sufrimiento y teniendo la esperanza de escuchar de Dios una respuesta. No quisieran encontrarse con el silencio de Dios, porque el silencio de Dios nos mata, nos acaba. En el silencio nos encontramos con Dios, pero Dios nunca hace silencio cuando nosotros le hablamos.

Aparentemente no nos hace caso, así lo pensamos nosotros a veces… Dios no me hace caso, Dios no me escucha. Al leer el texto del Evangelio me fui imaginando esa vivencia de aquella mujer de los apóstoles de Jesucristo, me fui imaginando ese recorrer del camino… la mujer gritando, los apóstoles molestándose por esos gritos, el Señor Jesús caminando para adelante, sin ninguna preocupación, sin poner atención, aparentemente, sin poner atención, sin que le importaran los gritos de aquella mujer cananea.

Me imagino en nuestros caminos, en las montañas, aquí en los Valles Centrales, me imagino al Señor con su grupo de apóstoles y le sale alguien pidiéndole un gran favor, pidiéndole una liberación: “libera a mi hija poseída por un demonio”. En una profesión de fe: Hijo de David, Hijo de David.

Aquí, nosotros, en nuestra ciudad, tal vez le decimos: Señor del Rayo, o en algún otro lugar por ahí, cercano, le dicen: Señor del Jacal, Señor de las Maravillas, Señor de las Vidrieras, Señor de la Misericordia… allá en nuestras tierras, en la tierra de mi hermano: Señor de la Salud, Señor del Encino… buscando… buscando encontrar la misericordia, buscando el favor, buscando el milagro, buscando esa fuerza que viene de lo alto. Así le habla nuestro pueblo, humilde y sencillo, a Dios, como le habló aquella mujer cananea, con una seguridad de que el Señor le iba a hacer caso, de que el Señor se iba a detener un momento.

A ella no le importó, no le importó ser extranjera, una cananera, no le importó ser una mujer que le estaba hablando a un hombre y que estaba allí, rodeada de hombres, no le importó porque era más importante la liberación de su hija, alcanzar el milagro, alcanzar el favor. Y va y se pone frente al Señor y se arrodilla, se arrodilla, se humilla ante el Señor, ante el Todopoderoso. Y, ahí, el Señor le da una respuesta que tal vez duele en el alma: “no está bien darle el pan de los hijos a los perritos, porque el pan es para los hijos”. Y la mujer no se calla, no se calla, acepta, acepta eso que dice el Señor, pero también dice: “los perritos se comen las migajas que caen de las mesas de sus amos” y con eso le estaba diciendo a Nuestro Señor: “con una migajita me conformo, yo no quiero todo el pan porque no me pertenece, porque no soy del pueblo elegido, porque no soy del pueblo de las promesas, pero quiero una migajita de las que caen, con eso tengo, sólo con la migajita, sólo con una morucita de pan, insignificante, suficiente para mí”. Y la expresión de Jesús, tan llena de ternura, tan llena de amor y de misericordia. Le dice: “mujer, mujer”… hay otras expresiones del Señor, ¿cómo le habló a su Madre cuando estaba en la cruz?, no le dijo “madre”, le dijo: “mujer, ahí tienes a tu hijo”… mujer… ¿cómo le habló a la Magdalena después de la Resurrección?: “mujer” y como no descubría quién era le dio su nombre, María.

Con qué ternura le habló el Señor a aquella mujer: “mujer, tu fe te ha salvado”. Has alcanzado el milagro.

Así háblele usted a Nuestro Señor, dígale que quiere una migajita, nosotros no somos del pueblo de las promesas tampoco, no somos del pueblo de Israel, somos de este nuevo pueblo de Dios que cree en el Resucitado y que sigue al Resucitado y usted alcanzará el pan de los hijos, porque para Dios nosotros somos sus hijos, como la dicho también la Palabra de Dios. Vendrán los extranjeros a celebrar y a ofrecer sacrificios agradables a Dios, todos los pueblos vendrán, todos los pueblos y, nosotros, somos parte de ese: todos los pueblos, que ofrecen a Dios sacrificios, que buscan a Dios y que buscan la fuerza divina.

Aquí quisiera decir, de esta enseñanza, yo diría, aprendamos a tratar a la mujer con mucha delicadeza, con mucha ternura, con mucho amor. La mujer sufre, la mujer oaxaqueña sufre, y no lo estoy inventando. No estoy mintiendo. ¿Qué hicieron ellas para nacer siendo mujeres, qué hicieron? ¿qué hiciste tú para nacer siendo hombre? Dios a ti te hizo hombre, Dios a ella la hizo mujer… es Dios el que te hizo a ti hombre y es el mismo Dios el que la hizo a ella mujer.

Tú eres hijo, ella es hija.

Tú dices tener derechos… ella tiene los mismos derechos que tú. 

Tenemos los mismos derechos, el hombre y la mujer, y así como nosotros los hombres decimos que ser respetados y valorados y no sé cuántas cosas, porque son nuestros derechos, también la mujer, también la mujer. 

Nos dice que lo que nosotros exigimos como derechos son obligaciones de ellas, pero ellas exigen los mismos derechos y son nuestras obligaciones.

Nos falta a veces tener esa ternura, aprender de Nuestro Señor a tener ternura en favor de la mujer.

Mujer, qué grande es tu fe… Yo podría decir, y a lo mejor también usted, mamá, qué grande es tu fe, qué grande es tu fe, qué grande es tu amor, qué grande es tu misericordia, qué grande es tu sacrificio, tu entrega, qué grande… la mujer es grande, no nos olvidemos, la mujer es grande. Démosle el valor y el lugar que tienen, no las queramos callar, no las silenciemos a golpes, no las silenciemos con un arma, démosle el lugar que tiene, respetemos el derecho que tienen. 

Nuestro Oaxaca debe tener un rostro distinto, a veces decimos que es la cultura, ¿y la cultura no la podemos purificar? ¿la cultura no la podemos perfeccionar? yo creo que sí, para tener más cultura todavía, para estar más cerca de Dios unos y otros, para valorarnos unos y otros.

No despreciemos a nadie, y si tú sabes que alguien está sufriendo por algo, únete a su oración, haz fuerza también tú en su oración y ve al Señor, ve y dile: Hijo de David, ten compasión de mí. Hijo de David, ten compasión de tal persona, de tal familia, de tal acontecimiento, de tal pueblo, de tal lugar, ten compasión. Y Dios tendrá compasión, porque tiene compasión de su pueblo.

Y ojalá aprendamos de Dios a ser siempre compasivos y misericordiosos.

Que así sea.

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