DOMINGO DE LA XIX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
9 DE AGOSTO DEL 2020. Espero que esta Palabra Divina nos ayude a todos nosotros para que podamos, en diferentes momentos de la vida, no sentirnos solos, abandonados a nuestras fuerzas, a nuestras capacidades. Que podamos sentir, siempre, el auxilio divino, la fuerza de Dios que se derrama en nosotros y que está en nosotros.
No se le olvide a usted, que es templo vivo del Espíritu Santo, que en usted habita Dios, esa Tercera Persona de la Santísima Trinidad vino a usted desde el día de su bautizo y como un don en su Sacramento de Confirmación.
Dios está en usted, sienta su presencia, siéntase seguro en Dios, no en otra cosa, sólo en Dios.
El día de su santo bautismo, Dios le regaló el don de la fe. Haga que esa fe crezca en usted, y usted tiene que ser un hombre o una mujer de fe profunda, de fe grande y toda esa fe lo debe de llevar a encontrarse con Dios.
Si usted es de fe grande, podrá superar todas las pruebas, podrá salir adelante. Aunque sienta que la barca se hunde y que la tempestad está sobre usted, su fe lo sacará adelante, porque sentirá la fuerza divina y caminará sabiendo que no va solo en el camino, que Dios va con usted y que Dios está en usted.
Estos textos de la Escritura nos dejan grandes enseñanzas.
En el silencio de su corazón, encuéntrese con Dios… en el silencio, no en el ruido. Haga silencios, olvídese de todo.
Olvídese de sus preocupaciones, de sus angustias, de sus dolores, de sus dificultades, de sus necesidades y haga el silencio para sentir la fuerza de Dios y poder fortalecerse.
El profeta Elías sintió la presencia de Dios en el murmullo de una brisa suave, en el silencio del viento, en la suavidad… no en el fuego, no en el trueno, no en el terremoto… no en esas cosas extraordinarias sino en algo tan tranquilo.
Busque la tranquilidad para sentir que ahí está Dios y que no lo ha abandonado. Para eso, le digo, se necesita que haga usted silencio en su interior y eso le llevará a sentir mucha paz, mucho gozo en el Señor.
Usted, a veces tal vez, siente dolor y tristeza por sus seres queridos, se parece un poquito al apóstol Pablo. El apóstol Pablo nos expresa su tristeza porque su pueblo, el pueblo de Israel, del cual desciende él, el pueblo de las promesas, el pueblo de los patriarcas, el pueblo donde nació el Señor Jesús, el Mesías esperado, el Dios con nosotros, no quiere entender, no acepta al Señor Jesús como el único Salvador. Se rebela contra Él, no quiere saber nada de Jesucristo.
Él está comprometido con el Señor, muy comprometido, a llevar su mensaje, a llevar su Evangelio a los gentiles, pero le duele, le mortifica, le desgasta ver al pueblo de Israel que nada más no quiere, está cerrado, está cerrado a la aceptación del Salvador.
Cuánto dolor, a veces, padecen muchos de nuestros hermanos al ver que sus seres queridos, más de alguno, no anda bien, no camina bien, va por caminos equivocados, por veredas torcidas y, por más que le hablan a sus oídos, por más que le hablan a su corazón, no acepta y no quiere corregirse. Hay dolor, hay tristeza, a veces desilusión, sobre todo de nuestros padres de familia que quieren lo mejor para sus hijos, que quieren lo mejor y no hay respuesta.
Mucha corrección y no se corrigen, muchas palabras que salen de un corazón que ama y no son escuchadas. Hoy, San Pablo, con tristeza dice eso, su pueblo no escucha, no acepta a Jesucristo Salvador.
Hoy, también, no se acepta al Señor, porque a veces sentimos o decimos que va contra nuestra libertad, que nos exige más de la cuenta.
Dios sólo nos pide lo que podemos hacer y no más de lo que podemos. Lo que es posible y está al alcance nuestro, lo que es por nuestro bien. No nos pide cosas imposibles y no nos pide cosas que vayan contra nosotros sino a favor de nosotros.
El Evangelio nos presenta a Jesucristo en medio de su pueblo, dice el Evangelio, despidiendo a los que comieron de aquel pan y de aquellos peces en la multiplicación, los está despidiendo para que vayan a su casa, los está bendiciendo, me imagino al Señor tocándolos, tocándolos a todos y despidiéndose. Pero, enseguida de eso, el Señor también despide a sus apóstoles: vayan a la otra orilla. Mientras Él despide a la gente, vayan a la otra orilla. Se queda Él solo… Él también tenía que ir a la otra orilla, porque tenía que reunirse con sus apóstoles, no les dijo: vayan a la otra orilla y mañana vienen por mí… no, y los apóstoles tampoco dijeron nada ¿verdad?, sólo obedecieron, van para la otra orilla y, Nuestro Señor, se fue a encontrar en oración con Su Padre. Se retiró al monte a hacer oración.
Hay muchos momentos, que nos expresa el Evangelio, que el Señor, a solas, y sobre todo por las noches, estaba en comunión con Su Padre, en oración con Su Padre, en comunicación con Su Padre.
A lo mejor eso nos falta a nosotros a veces, tener esos momentos de oración, tener esos momentos de diálogo con Dios, en el silencio de la noche, después de un día desgastante, a lo mejor nos falta eso. A lo mejor, lo primero que hacemos es cenar y vámonos a tendernos a la cama o a ver la tele, pero el momentito de oración desaparece.
Que aquí podamos nosotros aprender del Señor, debo de tener momentos de oración para poder enfrentarme a las tempestades. Los apóstoles se fueron a la otra orilla y se encuentran con dificultad. No avanza la barca y, además, el viento es contrario y hay tempestad, hay tempestad. Está difícil. Ellos conocían muy bien a andar en la barca, a andar en medio del mar. Muchos de ellos eran pescadores, a eso se dedicaban y, el Señor, va caminando sobre el agua para encontrarse con sus apóstoles. Lo ven y se asustan, piensan que es un fantasma, dice el Evangelio… era Nuestro Señor… daban gritos de terror, dice, daban gritos de terror, daban gritos de miedo, por la tempestad y por lo que estaban viendo. Si eres tú, mándame a ir a ti… “tranquilícense y no teman, soy yo”, les gritó Nuestro Señor… “si eres Tú, déjame ir contigo, a encontrarme contigo”… “vente” y comenzó a caminar, dice el Evangelio, pero en un momento perdió la fe en el Señor. El que le dijo “ven” lo estaba esperando, no se había ido, ahí estaba, estaba frente a Él… “ven, ven”… él, obedeciendo, comienza a caminar pero, el viento, y sabe cuántas cosas vendrían a su mente, empezó a irse para abajo… “sálvame, Señor”… “hombre de poca fe”.
Aquí debemos aprender algo, no se distraiga en su vivencia de fe. Lo más importante es que usted tenga fe para alcanzar, para alcanzar. Si Pedro no hubiera perdido la fe en el Señor, va y llega con Él… pero la perdió, la perdió porque el viento lo distrajo, el viento lo distrajo. El movimiento de las olas lo distrajo.
Mientras no estaba distraído en esto y sólo pensando en el Señor, su fe puesta en Él, él caminaba. Dejó de tener ahí la seguridad en su fe y comienza a hundirse.
No se distraiga usted, que no le distraigan tantas y tantas cosas, sufrimientos y penas, etcétera… que no le distraiga eso, ponga su seguridad en su fe, en el Señor y Dios sabrá. Dios sabrá.
Si usted está pidiendo un gran favor, déjelo ahí y no comience a decirle al Señor: “Señor ¿y sí me lo vas a conceder?, te lo pido” y esto y aquello… usted pídalo y ya, déjeselo ahí… nada de que, si me lo vas a conceder, nada de que, si lo merezco, esto o aquello… déjelo ahí, déjelo ahí.
Hay muchos momentos difíciles, parece que nuestra barca se hunde, que nuestra casita se viene abajo, que nuestros proyectos de vida se vienen abajo. No pierda su fe, no pierda su fe en el Señor. Tú, Señor, nos vas a sacar adelante y Tú sabes cómo. Yo haré lo que esté a mi alcance, lo que esté en mí… voy para adelante porque Tú vas conmigo y yo voy contigo.
Él me dice: “ven” y yo voy con Él. “Vengan a mí todos los que están fatigados, cansados y agobiados. Yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”.
Pongamos nuestra seguridad en Dios, en este momento de gran prueba, porque todos estamos probados.
No estamos todavía enfermos, ¿verdad?… todavía no ha llegado el covid a nosotros, pero si empezamos nosotros a pensar en el covid, y cómo se contagió aquel y aquel y decimos: “híjole, ¿y si yo me contagio?”… ¡No! Usted haga lo que tiene que hacer, usted cuídese, usted cuídese. Nos dicen, nos dicen que una de las cosas importantes en este momento es andar así, es andar así… con cubrebocas. ¿No merece nuestra vida y no merece la vida del otro que yo ande así, que yo salga a la calle así, no lo merece mi vida, que me ponga esta tapadera?… sí lo merece y sí lo merece mi hermano, también el que me cae gordo lo merece, que yo ande así. Si él no anda así, es otra cosa, pero mi responsabilidad es que yo ande así, protegido para poder proteger y protegerme.
Merece mi vida que yo me lave las manos con frecuencia, merece que tenga estos cuidados, merece que esto y aquello… todo lo que nos han dicho. Cuida tu vida y la vida de los demás, no entremos con miedo, no salgamos con miedo. Salgamos tranquilos, protegidos y adelante.
Pues que Dios nos bendiga en esta semana… en esta semana, si no me equivoco, segunda semana del mes de agosto. En esta semanita pues vamos a vivir una gran fiesta en honor a la Virgen… su Asunción gloriosa a los cielos. Tal vez no vamos a poder repicar las campanas, no vamos a poder tener cuetitos, no vamos a poder bailar ahí, en el castillo, no vamos a poder bailar en nuestras calles, en las calendas, no vamos a poder… no debemos hacerlo, ¡no debemos hacerlo! Y no nos pasa nada.
A ver… no hubo Guelaguetza y qué nos pasó, ¡ah! Los que piensan en el dinerito dicen: “¿cómo que no nos pasó, Monseñor? Nadie vino a hospedarse a nuestros hoteles, nadie pasó a nuestros restaurantes, nadie compró en nuestras tienditas, nuestra economía se vino abajo, andamos por los suelos”… ¿y no sabes andar por los suelos? ¿a poco tú no gateaste?… ¡todos anduvimos por los suelos!… y nos fuimos levantando… ¡ah! Eso mismo va a pasar, nos vamos a ir levantando poquito a poquito… poquito a poquito…
Tranquilos.
Viene esa gran festividad, no hagamos tanto ruido porque no debemos y no podemos hacerlo. En el silencio, en la intimidad de nuestra casa, ahí, unámonos a esa alegría del cielo porque Nuestra Madre, la Madre de Dios está allá, fue llevada al cielo en cuerpo y alma, en cuerpo y alma.
Un día, también nosotros subiremos allá y estaremos en el cielo porque para eso trabajamos, para ir al cielo y el lugarcito que nos tiene Dios reservado es el cielo y hay que ganarlo.
Pues que Dios bendiga todas sus labores de esta semana y nos conceda la Gracia de ser personas de gran fe y de gran confianza en el Señor.
Que así sea.