HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
2 DE AGOSTO DEL 2020. Si nosotros estamos bien, no estamos enfermos, no tenemos grandes necesidades, tenemos una casita donde vivir, tenemos un trabajo asegurado, tenemos el alimento de cada día, espero que todo eso, si así vive usted, no se olvide de Dios porque, a veces, teniéndolo dizque todo, no sentimos necesidad de nada, no agradecemos a Dios, no alabamos a Dios, no lo bendecimos, no le pedimos, porque sentimos que en nuestro entorno hay, pero cuando somos probados, cuando tenemos dificultades, cuando sufrimos ciertos detalles en nuestra vida, buscamos fortaleza, buscamos a Dios.
El Evangelio nos presenta una realidad de nuestro Señor, le avisaron que había muerto Juan El Bautista. El Señor tenía sentimientos, le dolió eso, le dolió la muerte del último de los profetas del Antiguo Testamento, era su pariente, era su familiar y, le dolió porque murió injustamente, por denunciar adulterio y se va a un lugar solitario, porque siente necesidad de estar solo, de estar con Dios, de hablarle a Su Padre, pero la multitud lo sigue, esa multitud que sentía necesidades.
Ahí van los enfermos, para ser curados, y ahí va esa multitud para escuchar la Palabra Divina, que salía de los labios de Nuestro Señor.
Les interesa tener un encuentro con Nuestro Señor. Ojalá y a ti y a mí nos interese tener encuentros con Nuestro Señor. Lo necesitamos.
En los momentos de sufrimiento, en los momentos de enfermedad, encuéntrate con el Señor. En los momentos en que tienes ciertas dificultades, encuéntrate con Nuestro Señor. En los momentos en que no estás tranquilo, en que estás angustiado, preocupado… encuéntrate con Nuestro Señor.
Y no importa dónde estés… no importa… claro que el mejor lugar para encontrarnos con Nuestro Señor es ir al Sagrario, Él ahí está. Su Presencia, real y verdadera, está en el Sagrario, en esas hostias consagradas, ahí está Nuestro Señor. En la celebración de la Eucaristía, ahí se hace presente Nuestro Señor y este texto del Evangelio suele relacionarse con la Eucaristía. Nuestro Señor les dio de comer a un buen número de personas, habla de miles… a un buen número de personas, de hombres, de mujeres y de niños.
Nuestro Señor sigue dando de comer, pero nos sigue recordando que, a veces, la comidita tiene que llegar a nuestros hermanos a través de nuestras manos. Denles ustedes de comer, dice Nuestro Señor a sus discípulos: “no tenemos más que cinco panes, dos pescados”… no ajustaba ni para ellos, porque me imagino que eran de buen comer, no ajustaba ni para ellos… “sólo tenemos cinco panes y dos pescados”.
Suficiente, vamos a compartirlo, se los vamos a dar y, el Señor, hace su oración, bendice a Dios, le da gracias y comienza a partir el pan. Ahí hay signos de la Eucaristía. En la Eucaristía Nuestro Señor tomó el pan, lo partió y se los dio a sus discípulos diciendo lo que repite el sacerdote en la misa: “Tomen y coman, este es Mi Cuerpo”, “Tomen y beban, esta es Mi Sangre”.
Empezaron a distribuir ese pan y empezaron a distribuir esos pescaditos, y comieron hasta saciarse, dice el Evangelio.
Yo creo que aquí debemos de tomar conciencia. Hace falta que se distribuya bien el pan. Unos tienen en abundancia y, otros, no tienen nada.
A veces, los que tienen en abundancia, no piensan en que otros no tienen qué comer y aquí, en esta casa, no se hace lo que dijo Nuestro Señor: “junten los pedacitos para que no se desperdicie”. En esta casa, que hay en abundancia, se desperdicia mucha comida… se desperdicia.
Ojalá y usted tome conciencia de que está desperdiciando lo que a mucha gente le hace falta. ¿Por qué no hacer nada más lo que nos vamos a comer o guardar eso que sobró de esta comidita para la noche, para mañana? Ah! Pero unos dicen: “no, qué va, ¿comer de lo de ayer?, no, qué esperanzas, ni que fuera pobre” No, hay otros que no tienen nada.
Vivimos en un estado de Oaxaca muy pobre, usted lo sabe, con grandes necesidades, con grandes carencias, con falta de alimento, y aquí, Nuestro Señor nos dice que aprendamos a compartir, que aprendamos a compartir.
A lo mejor, de entre sus mismos parientes, de entre sus mismos familiares, ahí hay necesidades. ¿Por qué usted no les tiende la mano? ¿Por qué usted no es una bendición para ellos, para que Dios lo siga bendiciendo a usted, en su persona, en su familia y en su trabajo?
Si usted se desprende de algo y lo comparte, usted se enriquece, porque vive la generosidad y El que le dio eso, lo va a bendecir y lo va a bendecir a manos llenas y le dice que le va a dar el ciento por uno, ¿o no le cree? No se va a quedar pobre si usted comparte. Comparta, sea su familiar o no lo sea, el compañero de trabajo, el amigo, el vecino, olvidémonos de que, a veces, nos cae gordo, olvídese de eso, ahí está Nuestro Señor, necesitado y, mire, al final de la vida, cuando usted tenga que dejar este mundo, le va a decir Nuestro Señor: “Ven, bendito de Mi Padre, porque tuve hambre y me diste de comer, me diste de comer, me diste de tus cinco panes, de tus dos pescados, me diste…”
Cuánta generosidad nos falta a veces, cuánta sensibilidad nos falta porque luego damos explicaciones: “esos están pobres porque son flojos, no quieren trabajar, porque son viciosos, porque son irresponsables, por eso están así” y nosotros seguimos con el puño cerrado, no se abre nuestra mano para extenderla, porque hemos encontrado razones, según nosotros, que nos impiden compartir con ellos.
A lo mejor el hecho de que usted tienda su mano va a hacer que esas personas se hagan más responsables, se hagan más trabajadores, dejen los vicios, porque van a sentir que Dios está haciendo algo y les pide algo y usted mismo no solamente va a llevar esto, habrá otros momentos en que se ponga a platicar con ellos y los motive y los anime.
Aproveche, aproveche…
Pues ojalá y sepamos compartir, y se comparte cuando uno se llena de compasión, se llena de compasión. Dijo el Evangelio: “se compadeció de ellos” se compadeció de los enfermos, se compadeció de ese gran número de personas. Se compadeció.
Que también usted y yo nos compadezcamos, que tengamos ese sentimiento, pero no una compasión de decir: “Ay, mira, pobrecitos… pobrecitos”. Esa no es compasión. Nos tiene que llevar a hacer algo por nuestros hermanos, no solamente decir: “pobrecitos, mira cómo sufren, mira qué necesitados están, pobrecitos” y casi lloramos también.
No, el Señor se compadeció de ellos y comenzó a sanar y dijo: alimentito, comidita. los discípulos le dijeron: “mándalos allá, qué busquen qué comen, a ver qué compran” “Denles ustedes de comer”… la compasión nos tiene que llevar a hacer acciones concretas.
Pues que Dios nos ayude, nos siga ayudando en estas vivencias que estamos teniendo, tan dolorosas, tan angustiantes, tan desesperantes a veces y que su sensibilidad sea muy humana y que usted pueda descubrir en el rostro de cada persona el rostro de Nuestro Señor y lo que haga por él se lo hizo a Nuestro Señor y, al final le dirá: “ven, Bendito de Mi Padre”
Que podamos lograr ganarnos eso al final de la vida.
Que así sea.