Si bien los esfuerzos primarios de los gobiernos de la región deben estar dirigidos a salvar vidas y preservar la salud de la población, sobre todo ante la combinación fatal del coronavirus con la influenza de otoño que ya se dibuja en el horizonte, no puede obviarse ni subestimarse el hecho crudo de que la recesión económica, ya de por sí formidable a escala mundial, ha diezmado 6 por ciento del PIB anual, según la OCDE. En nuestro subcontinente hispano la caída será de 9.4, de acuerdo con el FMI, y en México de hasta 10 por ciento, según varias calificadoras.

Menos PIB significa también menos disponibilidad de satisfactores básicos, como maíz, frijol, arroz, azúcar, sal, pasta, productos del mar, menos empleo formal e informal, menores capacidad adquisitiva y acceso a servicios como educación, salud y seguridad social, y también más deuda de los hogares.

La caída en el monto global de bienes y servicios, además, no tendrá un efecto uniforme entre los habitantes. Siendo América Latina una tierra de desigualdad, con un elevado índice de Gini cercano a 0.50 frente a 0.35 promedio de los países de la OCDE, la repercusión del descenso de riqueza tampoco está siendo pareja: los efectos más dolorosos y agudos de la pandemia se están sintiendo en la economía de los sectores más vulnerables e históricamente desatendidos, entre ellos los pueblos indígenas.

Para empezar, en la salud misma el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo advirtió que existe un riesgo latente de que 25 por ciento de la población de la región (142 millones de personas) contraiga el virus. Para hacer esta previsión consideran tres indicadores: la falta de acceso al agua potable, el uso de combustibles nocivos dentro de los hogares, y la desnutrición, factores propios de la región. En el ámbito social, el director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés), David Beasley, alertó el pasado miércoles que más de 11 millones de personas en Latinoamérica se encuentran al borde de la hambruna.

La pandemia de Covid-19 ha sido devastadora en Latinoamérica, manifestó el directivo del programa de la ONU, al considerar que el virus está agudizando por encima de cualquier otra cuestión las condiciones económicas y de subsistencia básicas en el continente.

En Latinoamérica, 184 millones de personas en viven en pobreza y 62 millones en situación de pobreza extrema, según datos del informe anual Panorama Social de América Latina 2018, elaborado por la CEPAL. Esos 11 millones en alto riesgo de hambruna provendrían en su mayoría de quienes hoy ya están en pobreza extrema. Por eso, el director del Programa Mundial de Alimentos advirtió que, si no se atiende con urgencia esta situación, se producirá más inestabilidad política, migraciones masivas, deterioro económico y mayor número de personas con hambre, además del propio desafío a los sistemas de la salud y la pérdida de vidas humanas.

Estamos de acuerdo con él en que no se pueden atender los problemas de salud por un lado y el hambre por el otro, sino que deben ser abordados conjuntamente para evitar una catástrofe humanitaria.

WFP ha apelado a un aporte adicional este año de 328 millones de dólares para aumentar su respuesta humanitaria en América Latina y el Caribe con lo que asegura llegará a 3.5 millones de personas más afectadas por la estela de consecuencias del coronavirus.

En México en particular, la crisis provocada por la pandemia tendrá efectos devastadores, de acuerdo con el estudio Magnitud del Impacto Social del Covid-19 en México y Alternativas para Amortiguarlo, del Centro de Estudios Educativos y Sociales (CEES). Se prevé que 12.2 millones se sumarán a las filas de pobreza, aunque no todos impulsados al umbral de la pobreza extrema y el riesgo de hambruna, caso del estudio del Programa Mundial de Alimentos. Según la última medición de Coneval, en el 2018, en México hay 52.4 millones de personas pobres y 9.3 millones de ellas en pobreza extrema.

En suma, es preciso que los gobiernos y los pueblos de América Latina den prioridad simultánea a la salud y el impacto social letal de la pandemia. Que quienes están en pobreza no desciendan a pobreza extrema, y mucho menos permitamos que esta condición desemboque en hambruna. Lejos de las ambiciones y discordias de corto plazo, especialmente en los actores políticos y con responsabilidad pública, se requiere unidad nacional y continental para frenar y atemperar los efectos sociales de la pandemia.

* Presidente de la Fundación Colosio

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