DOMINGO DE LA XV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO HOMILÍA DE MONSEÑOR PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

12 DEJULIO DEL 2020. De ordinario, todos los domingos, no por obligación, y espero que así sea, usted acude al lugar donde nos reunimos los que tenemos fe para alabar y bendecir a Dios y escuchar Su Palabra, Palabra que debe de entrar por nuestros oídos y guardarse en el corazón y dar fruto, porque Dios siempre espera de nosotros que demos una respuesta y expresamente nos dice: el cien, el sesenta o el treinta, pero dar fruto. No quedarnos sin dar una respuesta.

La Palabra de Dios no se escucha y ahí queda, la Palabra de Dios se escucha con Espíritu de fe, con piedad, con recogimiento interior, hacemos nuestro el mensaje y, en nuestro interior, Dios mismo nos va a decir: quiero que esto lo apliques en tu vida por lo que estás viviendo. Siempre tiene el Señor un mensaje para nosotros y está esperando la respuesta.

Con esa enseñanza tan sencilla, Dios deja su mensaje. Dios siembra su Palabra y está en espera de que nosotros demos fruto, no porque Él lo necesite… los frutos que nosotros podamos dar en respuesta a Su Palabra no benefician a Dios, no le dan más gloria, ¡no!, nos beneficia a nosotros, en lo personal.

Nosotros somos los beneficiados, no es Dios el beneficiado. “Mira, voy a cumplir Tu Palabra, y te voy a hacer un gran favor”… ¡no!, Dios no necesita de nuestros favores. Ni siquiera necesita de nuestra alabanza. Dios lo tiene todo. Lo tiene todo. Los beneficiados siempre seremos nosotros. Tú alabas a Dios, y Dios te colma de bendiciones. Tú lo bendices, Dios te bendice abundantemente. Tú vas con Él y le haces peticiones, una y otra vez, porque también nos dice que no desmayemos, que insistamos, y Dios nos está concediendo.

Tal vez no nos está dando lo que le pedimos, porque Él mejor que nadie sabe que es lo que necesitamos, pero Dios siempre escucha a sus hijos y siempre concede, bendice y llena de Gracia.

Entonces, nosotros somos beneficiados.

Al estar leyendo el fragmento del Evangelio, también mi mente miraba los caminos que hemos recorrido y lo que dice la Palabra de Dios, pues, lo hemos visto nosotros en los cerritos, en los cerritos, nuestros hermanos siembran y algunas milpitas se quedan chiquititas, amarillitas, y hemos visto que las milpitas se comienzan a secar y vemos que, ahí donde sembraron nuestros hermanitos hay muchas piedras, y dice uno: “ah, qué caray, mira dónde están sembrando, pero pues no tienen otro terrenito más que ese”. Que Dios les dé el fruto, el alimento y vemos también lo que dice la Palabra de Dios, entre yerba, entre basura, entre espinos, ahí están las milpitas haciéndose vivir. Dios envía la lluvia pero hay muchas cosas que impiden que esas milpitas crezcan… no hay tierrita, hay mucha piedra, hay mucha yerba, impide que crezcan y hemos visto también unos campos con sembradíos, sobre todo aquí, en valles centrales, se ven los milpales, se ven los sembradíos, y aquí se recoge abundante cosecha porque la tierra favorece, la tierra favorece.

Entonces, a raíz de esta enseñanza, pues, vamos quitando las piedritas que hay en nuestras vidas que estorban, para que esa semillita, que es la Palabra de Dios, dé fruto. 

Vamos quitando las yerbitas, todo eso que ahoga, que ahoga la plantita, que no la ayuda a crecer, que le quita vitamina, vamos quitando piedritas y yerbita y vamos siendo esa tierra buena. Nos toca a nosotros hacer que esta tierra, que somos nosotros, sea buena y dé abundante cosecha.

El Señor siembra, el Señor siembra, el Señor riega con Su Gracia, nos inunda con Su Gracia todos los días. Sólo nos pide que seamos esa tierra, esa tierra buena, donde se siembra Su Palabra y se va a cosechar abundante cosecha.

De nosotros va a depender, no depende de Dios.

Ojalá y nosotros queramos dar frutos. Y no nos esperemos, no nos esperemos a que cuando tengamos estos años, cuando esto, cuando aquello, entonces… no, no, no, no… desde ya hay que dar fruto, porque los jovencitos dicen: no, yo cuando ya sea grande me voy a aquietar, ahorita le voy a dar rienda suelta a todo. Ya llegará el tiempo en que las responsabilidades y esto y aquello me apacigüen, entonces me tranquilizo, ahorita le doy pa’delante. Pues muchos se han quedado ahí, se han quedado ahí, en el desorden. Llenaron de piedras, llenaron de basura su vida y no hay fruto.

Ahí están los papás, sembrando en el corazón del hijo semillita buena, queriendo encontrar tierra fértil, tierra buena, y está llena de piedras y de basura. Y  dice el hijo: “sí, papá, ahora verás, ya le voy a echar para adelante y voy a ir bien”, y pasa ese día o un ratito y la cosa sigue igual o peor.

No, no. No espere tampoco acontecimientos de desgracia ¿verdad? para decir, pues Dios me está dando otra oportunidad, ahora sí la voy a aprovechar, un accidente, un esto, un aquello. No espere eso. No, ahorita que está sano y bueno, ahorita que puede dar todo, delo, dé el ciento por uno, dé una respuesta generosa.

Y seamos humildes, para que nuestros hermanos puedan sembrar en nosotros, mover nuestros sentimientos y nuestro corazón. No seamos de esas personas que dicen: “¿tú qué me puedes enseñar, si yo estoy mejor preparado que tú?”. Dios se vale de cualquier persona para sembrar su semilla y su palabra. Dios se vale de cualquier persona.

Dios se vale de personas muy sencillas, muy humildes, que nos dejan enseñanzas. 

Me han escuchado que yo digo: en esos pueblos nuestros, en los pueblos originarios, donde viven tantas gentes humildes, sencillas, confiadas siempre en la Providencia. Cuánta riqueza tienen nuestros hermanos, cuánta semilla buena hay en sus corazones y con qué humildad y sencillez escuchan la Palabra de Dios, profundizan en ella y la llevan a la vida.

¡Ah! Pero cuando vivimos en la capital del estado, nos sentimos super grandes, no nos sentimos de cualquier pueblillo… “no, yo soy de la capital” y nos volvemos a veces intocables, intocables, insensibles, nos volvemos ingratos, no tenemos los ojos para mirar, los oídos para oír, los labios para proclamar la Palabra de Dios, vemos, oímos, pero como decimos a veces: “por aquí nos entra, y por aquí nos sale”… y ahí está Dios, manifestándose de muchas formas y yo no quiero verlo, me hago el ceguetas, no veo, no veo… y Dios, en los acontecimientos, me habla, y yo no quiero oírlo. Y Dios quiere valerse de mí para sembrar su semilla y yo no quiero desgastar mis labios y gastar mi saliva para decir y anunciar su mensaje de Salvación, para dar una palabra de aliento, para animar a las personas, para compartir algo de su vida, para interesarme por ellos, decimos: “no, yo no voy a perder el tiempo, con este yo no voy a perder el tiempo”…  ¡No, señor!, ¡no, señora! No perdemos el tiempo cuando nosotros le dedicamos una partecita de nuestra vida a los hermanos.

Esa persona, si usted se detiene un momentito, va a estar profundamente agradecida porque se va a sentir valorado, se va a sentir que no es insignificante. Usted, usted, con ese momentito de saludarlo, de preguntarle cómo está, qué hace, etcétera, se va a sentir que a usted le interesa su vida y su persona.

Se los digo porque yo lo vivo a diario, cuando nos detenemos un momentito y saludamos, y miramos a los ojos… bueno, antes, ahorita con el coronavirus, no… ahorita soy un mudo, este, pero antes, con toda naturalidad yo llegaba a las comunidades, saludaba, abrazaba a la gente, me acercaba a ellos, etcétera, todo eso hacía y veía a veces a la gente llorar, emocionados y muy agradecidos, porque decían que nunca, nunca habían soñado, nunca se habían imaginado que su Arzobispo, un día, los iba a saludar, los iba a abrazar… tengo esos testimonios, y no, no es de lágrimas, que son comunes en una mujer, tengo testimonios de lágrimas de hombres, de señores, de señores, de jóvenes, que pararnos un ratito y decirles: “quihubo, ¿cómo está?, qué bueno que vino” ya vieron interés, ya vieron que han sido valorados, que son personas que valen. Con eso es suficiente, y no se les olvidará jamás. Usted puede hacer eso y mucho más. Mire, sea capaz de mirar.

Nuestro Señor nos dice lo que decía el profeta: tienen ojos y no quieren mirar; tienen oídos y no quieren oír; tienen boca y no quieren hablar porque su corazón se ha endurecido, su corazón se ha endurecido y no quieren convertirse ni que yo los salve, dice Nuestro Señor.

No tenga corazón endurecido, que la semillita de la Palabra de Dios dé mucho fruto y, en detalles insignificantes, Dios hace obras y obras grandes y lo quiere hacer a través de su persona, a través de su servicio.

Pues que Dios nos conceda una semana, una semana donde nos sigamos cuidando, donde sigamos con la ayuda de Dios saliendo adelante. Con la esperanza de que esto va a seguir bajando, bajando, bajando. Me dicen: no se va a acabar Monseñor, esto… pues sí, si oigo que no se va a acabar, pero le podemos bajar, vamos bajándole a los contagios, si se contagian menos o si nos contagiamos menos, se mueren menos. Vámonos haciendo a un lado ahorita… se mueren menos, pero no nos contagiemos. Hay que seguirnos cuidando y, pues, no nos dediquemos a echar culpas ¿verdad?…”Pues, por esos, que andan de arriba abajo, por eso”… bueno, pues tú y yo no andemos pa’rriba y pa’bajo y ya son menos los que andan pa’rriba y pa’bajo.

Pues que Dios nos bendiga. Nuestra Madre, nuestra Madre de la Soledad a la que estamos celebrando sus 400 años, su Año Jubilar, que está ahí, al pie de la Cruz, pues que siga acompañándonos en esta cruz, en esta mortificación que vivimos, en esta preocupación y nos ayude con su Gracia e intercesión a seguir adelante.

Dios bendiga a nuestra Iglesia Catedral, que celebra un año más de su Consagración y que ese sea nuestro gran centro de fe donde nos reunamos a encontrarnos con Dios y a dar testimonio de nuestra fe católica.

Que así sea.

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