Opinión
Ernesto Reyes.
El pasado 1 de junio falleció, a los 93 años, un personaje icónico del barrio de Jalatlaco.
Periodistas como Humberto Cruz, revivieron el estilo irrepetible de doña María del Carmen Aguirre Toledano, heredera de doña Gloria, fundadora del bar La poblanita. En otro video, Ali Guadarrama muestra el ánimo chingativo con que trataba a los parroquianos, quienes acudían ahí a tomar sus chíngueres.
Dueña de una verbalidad ruda, aunque generosa con sus amigos y clientes, doña Carmen era la jefa de las “madrecitas”. Su cantina funcionó, hasta hace poco, en la misma casa donde operó el cabaret Costa Brava. Hace poco se movieron a donde el salón de fiestas La curtiduría, sobre la misma vía.
La periodista Aurelia Cruz Bermúdez en Página 3, también vecina del barrio, se atrevió a entrevistarla, cuando la originaria de Atlixco, Puebla, andaba por los 88 años. Huésped por un rato de su “Convento”, donde aquella era reina, madre e hija de la…, describe el encuentro:
De pronto, un grito proveniente de la entrada anuncia su llegada: ‘bájenle a esa chingada música’, ‘¿por qué tanto escándalo?”. De caminar lento, apoyada por un bastón, ataviada con un vestido rojo y negro, perfectamente maquillada y luciendo sus alhajas recorre el lugar con la mirada.
Luego, se dirige a una mesa especial para ella, su trono, desde donde observa todo. ¿Qué vas a tomar niña?, pregunta. -Una naranjada solamente-contesto- vengo a trabajar. Sonríe burlona: “Adolfoooo, sírvele una cerveza”, grita con su voz ronca, aquí se viene a tomar no a trabajar, no salgan con chingaderas…”
Sentadas ambas, frente a dos botellas de whisky, las cuales únicamente ella sirve, inicia la plática: ‘Fue mi madre Gloria Toledano que inició en 1940 con el negocio vendiendo cerveza, en la esquina de Constitución y Pino Suárez, de ahí nos pasamos a la calle de Libres, frente al (diario) Noticias, en el 86. Al morir mi madre, me hice cargo del negocio, aquí, en Refugio gracias a Dios llevamos 21 años.
De mi vida qué puedo decir, cumplí 88 años, me casé a los 16, tuve a mi primer hijo, Pepe; a los 21, enviudé.
‘¡Córdova!’, grita, ‘¿quién carajos está atendiendo acá?, despierten a los de enfrente que se larguen a su casa. (Quiso decir: ¡a la chingada!). ¡Adolfo, pasa la cuenta de esa mesa!
A los cuatro años de enviudar me volví a casar – continúa en su charla- mientras guarda los billetes, de la cuenta, en una cajita de madera pintada con flores. Su expresión de enojo se transforma, la mirada entristece, su voz se suaviza al hablar de sus hijos. De 7, solo 5 le sobreviven.
Víctor Manuel (‘El Comanche’) murió en el 2003 de un infarto, mientras disfrutaba del beisbol; Pepe, el mayor, murió en el 2010, de cirrosis. Así es la vida, voy enterrando a 2 hijos, rememora.
De pronto, el humo y olor a incienso inundan el lugar; las notas en la radio del ‘Dios Nunca Muere’ indican que son las 12. Inicia el ritual. Junta sus manos, reza, se persigna, cierra los ojos pidiendo por todos sus seres queridos, su familia. Mientras, Adolfo -su hijo- recorre el local impregnándolo de ese olor a incienso, de las oraciones de su madre, sale a la calle, todo está calculado, al volver, el himno de los oaxaqueños ha terminado.
Ella abre sus ojos, voltea el rostro, pide la cuenta de la mesa del centro; el sabor amargo de la cerveza me indica que ya no habrá más respuestas, me despido con un apretón de manos, manos suaves, cálidas, de uñas pintadas en color rojo.
“Así era doña Carmen Aguirre, la de las Madres, la del Convento, la que te regalaba un gesto frío o una sonrisa amable, la que te despedía con una mentada de madre (de ahí sus motes) o con su bendición; así la recordaremos”, concluye Aurelia Cruz Bermúdez,
Doña Carmen se inscribe en una lista de señoras que administraron establecimientos similares en los barrios de esta capital, me actualiza Serafín López, Poliedro: Las gitanas, La rojeñita, doña Irene, la de la Nueva cuba; doña Julia, doña Flor, doña Lucha, Chole la Gata y Susy, quienes se chingaron la vida entre botanas, humo, cantadores, bebestibles y borrachos de todos los estratos sociales. Dueña de formas ingeniosas y groseras de molestar intencionalmente al prójimo, nomás por chingar, doña Carmelita ha de reclamar, ahora, desde donde esté: “Ahora sí me llevó la chingada” ¡Salud!, por este personaje inolvidable, con cariño y respeto, para sus seres queridos.
@ernestoreyes14